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Quédate, necio, y oye... Por no querer oír rompimos las amistades en el Escorial... Considera que han de hablar algo de ti... Verdad es que si la delicadeza me ordenaba cerrar los oídos, la curiosidad me impulsaba a abrirlos. Venció la curiosidad, mejor dicho, venció la pícara Amaranta, que no podía dejar de ser cortesana. Las muchachas hablaban en alto y lo oímos todo, y aun veíamos algo.

Usáronse ojos rasgados Luego, y dieron en abrirlos Tanto, que de temerosos Se hicieron espantadizos. Las bocas chicas, entonces Eran de lo más valido, Y andaban por esas calles Todos los labios fruncidos.

Así, habia cerrado los ojos ante un paisaje en extremo pintoresco, para abrirlos despues en el centro de un país singularmente notable por su desolacion y su silencio.

Quedábase pasmada cuando veía los dedos de su mamá sacándolos de las perfumadas cajas y abriéndolos como saben abrirlos los que comercian en este artículo, es decir, con un desgaire rápido que no los estropea y que hace ver al público la ligereza de la prenda y el blando rasgueo de las varillas.

Cuando volvió a abrirlos vio la habitación en la obscuridad, sintió en sus espaldas la blandura del lecho y bajo su nuca un brazo mórbido que le sostenía cariñosamente. Leonora le hablaba al oído con la lentitud del cansancio. Convenidos. Huirían juntos, irían a continuar su dúo de amor donde nadie les conociera, donde la envidia y la vulgaridad no turbasen su dulce existencia.