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Actualizado: 10 de junio de 2025


Negaránla, es claro, porque precisamente en el campo es donde estos señores se han empeñado en colocarnos la felicidad terrena, ya bajo el aspecto de encanecido anciano, que perora con más elocuencia que Demóstenes y más profundidad que Sócrates, so la añosa encina, ó cabe la parlera fuente; ya bajo el de apuesto galán que cultiva el fértil valle, y aunque suda al sol y come ráspanos y borona, es por la noche bastante sublime para echar un discurso á su novia, que le espera con un ramo de flores, y que no es menos gallarda, menos elocuente ni menos poética que su adorado; ya, en fin, bajo la forma de blancos manteles, doradas frutas, triscador cabrito, fiel y respetuoso can, etc. etc...; y todo ello sin más inspiración que la Naturaleza, ni más mentores que los bardales, el susurro de las celliscas y las pláticas del cura.

«Allí, á la sombra de la encina añosa «Pasaba el abrasado mediodia, «Y allí, sentado en su raiz nudosa «El rumor del arroyo le embebia. «Al cruzar por el bosque silencioso «En sus ojos las lágrimas brillaban, «Murmurando con tono lastimoso «Voces que amor ó pena revelaban.

A llevar y recoger a Cristeta iba el tío estanquero, no sin repugnancia y protestas de su cónyuge, la respetable y añosa doña Frasquita.

Subimos una escalera grande, sucia y añosa, de piedra gastada por el uso, y entramos en los grandes corredores del caserón, entarimados al uso del país. Las tablas, viejas y resquebrajadas por todos lados, ofrecían en algunos puntos agujeros por donde podría pasar una persona. Al llegar aquí percibimos un ruido confuso y lejano de gritos y carcajadas.

Con frecuencia, cuando la naturaleza, en todo el esplendor de sus galas otoñales, y con todos sus bosques diademados de oro y de púrpura, sonríe al sol poniente, yo me siento en la pendiente de un ribazo, bajo alguna añosa encina, y releo los ingenuos bucólicos de los primeros tiempos, la candorosa historia de Ruth y los cantos de amor de Salomón.

Las vigas no habían perdido el oro de la añosa pintura, y la faja de escudos nobiliarios, que corría en lo alto de las cuatro paredes, lucía intacto su tinte de gules y sinople. En el rincón más obscuro dormía un antiguo telar descompuesto.

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