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Pues, ¿qué cuando prometen el fénix de Arabia, la corona de Aridiana, los caballos del Sol, del Sur las perlas, de Tíbar el oro y de Pancaya el bálsamo? Aquí es donde ellos alargan más la pluma, como les cuesta poco prometer lo que jamás piensan ni pueden cumplir.

Quien en él se coloca, en vez de ganarse las voluntades y de fomentar la afición á los antiguos libros españoles, infunde al vulgo, á la gente de mundo semi-ilustrada, miedo y hasta repugnancia, no falta de fundamento, porque si alguien lee un libro que el crítico le ponderó como un primor, lleno de ingenio y de gracia, oro de Tíbar de poesía, etc., y se aburre leyéndole y le halla tonto é inaguantable, creerá que con todos los demás libros que le pondere el crítico le sucederá lo mismo, y no leerá ninguno, y tendrá vehementes sospechas de que no es muy divertida la antigua literatura española.

Después las brumas entristecen los paisajes, y con ellas, puntuales mensajeras del plañidero noviembre, llegan a las dehesas y se esparcen por laderas y rastrojos las flores amarillas. Repentinamente, una mañanita, los campos aparecen como espolvoreados de oro de Tíbar, y los picachos y las cumbres se envuelven en gasas cenicientas. Así durante los meses invernales.

Oro venía de todas partes, ya de Tíbar, ya de Ofir; ámbar y estaño, del Norte de Europa; cobre y hierro, de España. De esta suerte abundaba todo en Jerusalén.