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Adiós, salerosa. ¿Sabes que me gustas? ¿También le gustan a usted las sirvientas? Pa mucha gente quiere usted servir a la vez. La segunda carta fue redactada en estos términos: «Cristeta: No quiero resignarme a que conserves mal recuerdo de . Es necesario que te explique muchas cosas. Concédeme unos cuantos minutos, y no volveré a molestarte nunca.

Vamos, Amalia, sandunguera, échame una copa de bala rasa y a este señor lo que guste. ¡Así pudieras echarte en la copa, salerosa, y beberte yo con toda satisfacción, mas que reventase después como una granada! ¿Tan mal estómago te haría, capellán? No lo , cielo estrellado; lo único que puedo decirte es que me alborotarías mucho los nervios.

La audacia con que se recogía la falda, marcando las curvas más opulentas de su cuerpo y dejando al descubierto gran parte de las medias, irritaba a las mujeres. ¡Vaya usted con Dios, marquesita salerosa! dijo Fermín cerrándola el paso.

Luego, sin hacer caso de los furiosos aspavientos de Currita, que le amenazaba con plantarle en medio del camino si no guardaba silencio, comenzó a cantar de nuevo las estrofas de El Mayoral: ¡Cuidado ese bache! ¡Bájate, zagal!... Si voy, salerosa, Te voy a matá...

Parece mentira que usted sea de Cádiz. En cuantito venga Isabel, se lo planto en el pico. No hará usted tal, salerosa, porque yo me encargaré de desmentirla. ¡Yo de usted, desaborío! ¡Con esas patas tuertas y esos andares de aperador! Que se le quite, grandísimo gallego. «¡Vuelta con la gallegada», dije para mi, cada vez más inquieto.