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Esta mosita, que se yama Concha, es mi sobrina, nasía en Graná, recriá en Málaga; es bailaora en casa de Silverio y gana sinco pesetas... Aquella del chaleco es una tía pescuesa, ¿sabuté?, que viene siempre onde se jama... Esta otra regordetiya, la Serrana, es bailaora en er Burrero..., una güeña chica... Ha sido novia der Saleri añadió con cierto respeto-. Ya conosería uté ar Saleri...

¿Yo gallego, so z...? bramé furioso . Ni soy gallego ni he estado en mi vida en Galicia. Por segunda vez, como San Pedro, negué a mi tierra, y casi en los mismos términos. Estaba muy locuaz. Les conté todos los chascarrillos que sabía y les recité una tirada de versos de mi cosecha. La ex novia del Saleri me preguntó si era escribano. Escritor querrás decir, prenda. Bueno, es igual.

La novia del Saleri cantó, acompañada por Primo, un jaleo o canto gitano, que tampoco fue de mi gusto. El conde permanecía grave, silencioso, apurando con sosiego las cañas que le vertían, respondiendo a las preguntas con exquisita cortesía, cual si se hallase en una recepción palaciega. Su actitud, correcta, contrastaba con los modales descompuestos, rufianescos, de los amigos.

Yo hablaba con la ex novia del Saleri, aquella morena regordetilla, que era la única que no me disgustaba enteramente. Pero ignorando en absoluto el lenguaje que se usa con esta clase de mujeres, nuestra conversación languidecía.

Cada vez me iba poniendo más serio y hacía preguntas más insustanciales. La Serrana me dijo de pronto: ¿ eres gallego? No; soy de Salamanca respondí, negando a mi tierra, como San Pedro negó a su Maestro. Pues se me figuraba... Habiéndole tocado el asunto de su infancia, la ex novia del Saleri se animó un poco.