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El rasgueo lejano de la guitarra y las voces que cortaban su ritmo, jaleando el taconeo de una bailaora, parecían acompañar la caída de las lágrimas del mocetón. Pero, vamos a ver exclamó Fermín con impaciencia. ¿Qué es todo eso? Habla, y cesa de llorar, que pareces una beata en la procesión del Santo Entierro. ¿Qué te pasa con Mariquita?...

Parecía una estatua, la estatua de la impudicia. La bailaora despierta, al fin, de su inmovilidad, con leve vaivén de las caderas, que se va acentuando, acentuando, hasta convertirse en desenfrenado movimiento de rotación, conservando, no obstante la fijeza en el resto del cuerpo.

Al pasar cerca de , me puso el sombrero y dijo sordamente: Grasia, senificante. Volvió de nuevo al centro del corro, y volvieron los movimientos a pie firme. Lola y la Serrana seguían cantando nuevas coplas, todas referentes a toreros más o menos difuntos. Los barbianes jaleaban a la bailaora, prodigándole mil epítetos extravagantes.

Disen, don Alfredo, que es magnífica la enstalasión que el munisipio de Sevilla ha dadicado an la asposisión da Barselona a las cañas da mansanilla. Supongo que no dajarán ustedes de mandar alguna bailaora... Y qué tal, don Alfredo, ¿no ha venido todavía ningún inglés que compre la Giralda?

Su mirada se iba tornando de maliciosa en lúbrica. Una sonrisa vaga, delatando el cansancio y el vicio, se esparcía por sus facciones marchitas. El taconeo llegó a su período culminante, y de allí a debilitarse, hasta morir en suave, imperceptible agitación de los muslos. La bailaora, en términos técnicos, se quedaba dormía, con íntimo gozo de los espectadores, que la jaleaban vivamente.