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Un comisario pescó, en circunstancia muy especial, a cierto escruchante conocido: violentaba una caja en una mueblería, donde se había introducido. El ladrón hacía su trabajo y de repente vio entrar a un changador de la casa, que le dijo: ¿Qué hace usted? Silencio..., tengo una cita con la señora. ¿Cita?... ¡Ahora verá!

¡En posesión de todos estos elementos, es que el escruchante tienta su empresa y va dispuesto a todo! Si se ha moldeado bien la llave, ésta ha sido seguramente bien hecha y funcionará a maravilla, simplificándose mucho el trabajo.

La miseria, engendradora de todas las lepras, luce en ellos sus fuerzas y su vigor. De todos los lunfardos es el escruchante el más desgraciado: sus robos son los más fáciles de descubrir, sus condenas son las más largas, sus días son los más negros, pues cuando no está preso lo andan buscando. Es necesario tener una afición desenfrenada a lo ajeno, para dedicarse al escrucho.

El escruchante tiene tres especialidades: se dedica a fabricar llaves falsas, a trabajar con el formón o a cargar la burra, o sea alzar los robos. Poco se le ve en la calle durante el día: camina sólo de noche o en la madrugada, hora en que la vigilancia es menos activa. Sus golpes los reciben ya estudiados por el campana, que percibirá su buena parte, sin riesgo.

Llegado a esa meta, el escruchante es feliz, y ha escapado al atorrantismo, que es su bestia negra. ¡Y asimismo, hay campana de éstos que de repente tropieza y quiebra su dicha: entonces rueda al abismo sin esperanza de levantarse! Del cinismo hacen un arte, y suele no faltarles ingenio.

EL escruchante Es decir, aquel cuya especialidad es abrir puertas con o sin violencia es otra interesante variedad de la familia lunfarda. Los que la forman son, por lo general, individuos de avería, hombres avezados a todas las asperezas de la vida.