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¡Ay, qué bribona! ¡Chismosas! ¡Pegotona, aceitera! ¡Hambronas! ¡Tramposas, más que tramposas! ¡Aldeana! ¡Tarasca! ¡Golosas! ¡Relambidas! Ta... ta... ta... tab... tabernera! logró decir la tartamuda, después de un esfuerzo desesperado. ¡Tar... tar... tartajosa! la contestó, remedándola, la otra.

Isagani miró á otra parte, avergonzado de que Paulita asistiese á semejante espectáculo y pensaba que debía desafiarle á Juanito Pelaez al día siguiente. Pero nuestros jóvenes esperaron en vano. Vino la Serpolette, una deliciosa muchacha con su gorro de algodon igualmente, provocadora y belicosa; Hein! qui parle de Serpolette? pregunta á las chismosas, con los brazos en jarras y aire batallador.

Dice Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia, que al tiempo que doña Rodríguez salió de su aposento para ir a la estancia de don Quijote, otra dueña que con ella dormía lo sintió, y que, como todas las dueñas son amigas de saber, entender y oler, se fue tras ella, con tanto silencio, que la buena Rodríguez no lo echó de ver; y, así como la dueña la vio entrar en la estancia de don Quijote, porque no faltase en ella la general costumbre que todas las dueñas tienen de ser chismosas, al momento lo fue a poner en pico a su señora la duquesa, de cómo doña Rodríguez quedaba en el aposento de don Quijote.