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La condesa se hincó de rodillas y me dijo en voz baja y sonriendo: ¿Quiere usted rezar unas Ave-marías conmigo? Me apresuré á hincarme también á su lado. Empezó á rezar delante, muy bajo, y yo á responderle. No puedo describir la sensación deliciosa que tal oración me causó, aunque presumo que no aprovechó nada á mi alma.

Pero cuando sonaron las Ave-Marías de las tres, levantáronse todos, aliñáronse, y habiendo avisado doña Guiomar que los esperaba en un sombroso cenador del jardín, allá se fueron, y a doña Guiomar encontraron sentada en unos cogines, bajo la sombra de las tupidas enredaderas, de las zarzas rosas y de los jazmines que el cenador cerraban, dejándole en aquella hora, que era la del gran calor, en una media luz y con tal frescura, que allí no se conocía que fuese verano y en el punto más caloroso.

Tomábalo D. Álvaro de las manos de su hija y comenzaba las Ave-Marías, paseando lentamente de una esquina á otra del salón. La familia y los vecinos se arrodillaban devotamente frente á una estampa ordinaria y ridícula de la Virgen, que, provista de marco negro, colgaba sobre el sofá, y respondían con sordo y prolongado murmullo á las oraciones que D. Álvaro decía en alta voz.

Dieron a este punto en la iglesia del Salvador las Ave-Marías de las doce, y como un paje apareciese y dijese que ya la mesa estaba servida y esperaba a los señores, doña Guiomar dijo: Pongamos por ahora punto redondo a la relación de los negros sucesos de mi vida, que de ellos no ha de hablarse delante de los criados, y déjese la prosecución para después de la siesta, que en el jardín nos juntaremos.