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Actualizado: 11 de julio de 2025
La renta que le quedó era bastante para vivir con desahogo y aun con relativo lujo en Madrid. Se hizo cargo de la administración de las casas y puso orden en sus gastos, procurando, no obstante, que a su tío no le faltasen ciertos goces sin los cuales el caballero no comprendía la existencia. Y siguieron viviendo alegres y satisfechos en la mejor armonía.
Lo que al fin quiso creer, lo que ella misma consideró la razón suprema para continuar viviendo en aquel sitio, era en parte verdad y en parte una ilusión con que trataba de engañarse.
Recuerdo aún las impresiones que experimenté cuando, viviendo al lado del doctor, leí por primera vez sus páginas. La verdad me deslumbró: un mundo nuevo fué abriéndose ante mis ojos. Era mentira que las mujeres hubiesen gobernado siempre el mundo; su triunfo databa de algunos años nada más. En cambio, ¡qué historia tan enorme y tan gloriosa la de la dominación masculina!...
Me es imposible seguir viviendo así. Mi primera idea fue pedir a mi madre que fuese a hablar al señor de Chanzelles, pero he tenido miedo; usted no me había autorizado a hacerlo. Dígame, se lo ruego, si consiente usted esa gestión... Deseo que usted misma me conteste. ¿No comprende cuán desgraciado soy esperando indefinidamente?...
Y Carmen, en medio de sus angustias, fué hábil y prudente para mentir poco y disculpar a la gente de la casona, viniendo a declarar, en suma, que era su voluntad seguir viviendo con aquella familia.
Mientras buscaba un carruaje, se dijo como conclusión: Mejor hubiese sido para ella morir hace doce años... ¿Para qué sigue viviendo? Sonrió tristemente al pensar en la relatividad de los valores humanos y la distinta importancia de las personas, según el ambiente en que se mueven.
Este era el único ejemplo que en aquella época podía citarse de semejante fortuna, que, viviendo todavía Fabert, había parecido tan extraordinaria, que el vulgo atribuyó a su elevación causas sobrenaturales. Decíase que en su juventud se había ocupado de magia, y que había hecho un pacto con el diablo.
Sabía que continuaba viviendo en el estudio. Dos veces había ido á verla por la escalera de servicio, como en otros tiempos, pero ella estaba ausente. Al subir en el ascensor, palpitó su corazón con una celeridad de placer y de angustia. Se le ocurrió á la buena señora, con cierto rubor, que algo semejante debían sentir las «mujeres locas» cuando faltaban por primera vez á sus deberes.
Entonces hablé a un ricachón que yo conozco, y a uno de estos que comercian con los sueldos de los empleados, pero, como me veían con la soga al cuello, me hicieron tales ofertas que, de aceptarlas, estaría condenado a trabajar para ellos, viviendo del aire, unos dos años... y me he vuelto, corrido, desesperado, porque, la verdad, hay que salvar a ese muchacho... la cosa no tiene vuelta.
13 Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió lejos a una provincia apartada; y allí desperdició su hacienda viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y le comenzó a faltar. 15 Y fue y se llegó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase los puercos.
Palabra del Dia
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