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Por manera espontánea, se producía con exuberancia y énfasis. Era también muy aficionado al canto. Cuando cantaba me hacía el efecto de que se iba a derretir en la atmósfera, como un terrón de azúcar en agua. Y en cuanto a lo de improvisar versos, también era natural en él. Se convencerá usted muy pronto de cómo mi padre, sin duda por el continuo ejercitarse, componía ya versos por rutina.

Vuelvo en seguida, mi padrino le dijo; pues tengo necesidad de hablaros. Y salió bruscamente, sin que el abate tuviera tiempo para darle un terrón de azúcar a Loulou, o más bien dicho, unos terrones de azúcar, pues llevaba cinco o seis en el bolsillo, considerando que bien merecía Loulou este regalo por los diez días de marcha y las veinte noches pasadas al raso.

¡Loca!... ¡idiota!... gimió Mesía limpiando su mejilla que sintió húmeda y pegajosa. ¡Vuelve por otra! A que soy tambor de marina, como dice la Marquesa. La dama, completamente tranquila, sonriente, se metió un terrón de azúcar en la boca. Era su sistema. Se prohibía a misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaños de amor, y los compensaba con golosinas, que «se pegaban al riñón».

Hay hombres sólidos, líquidos y gaseosos. El hombre sólido es ese hombre compacto recogido, obtuso, que se mantiene en la capa inferior de la atmósfera humana, de la cual no puede desprenderse jamás. Sólo el contacto de la tierra puede sostener su vida; es el Anteo moderno, y usando de un nombre atrevido, el hombre-raíz, el hombre-patata: arrancado el terrón que le cubre, deja de ser lo que es.

Los surcos se apartaban piadosamente, rodeando con su pequeño oleaje, como si fuesen islas, á estos pedazos de suelo rematados por banderas ó cruces. El terrón hundido en una boca lívida guardaba en sus entrañas los gérmenes creadores de un pan futuro.

Cada teja de su techo y cada terrón de sus campos estaba empeñado; sobre cada espiga que maduraba estaban fijos los ojos desconfiados de su madre, que vigilaba severamente para que los réditos no se atrasaran un minuto. ¿Acaso no estaba en su derecho? ¿Podía él exigir que lo quisiera con mayor cariño que a sus otros hijos?

Apenas divisaba Juan a lo lejos al cura, galopaba y venía a charlar un momento con su padrino. El caballo volvía la cabeza hacia el abate, pues sabía que siempre había un terrón de azúcar para él en el bolsillo de aquella vieja sotana negra, gastada, remendada, la sotana de por la mañana. El abate poseía otra muy linda y muy nueva, que se guardaba para las grandes ocasiones.