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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Catalina Briguela tenía por nombre y era natural del Puerto de Santa María, donde vivió algún tiempo y en diversas temporadas en Sevilla, población en que llegó á ser muy conocida por la gente devota y en donde vino al fin y á la postre á sufrir mal de su grado, infamante pena y duro castigo.

...Aquí realizaría el ideal de mi vida pensaba Melchor, en la más pequeña de estas propiedades pasaría toda mi vida, reducido al trato de los míos... mis padres... mis hermanos... Clota... los hijos que tuviéramos... todos viviendo la vida sana y pura del campo... ¡Y pensar que los dueños de estas estancias sólo vienen a pasar breves temporadas en ellas cuando los arroja de la ciudad la prescripción imperiosa de la crónica social que publican los diarios!... ¡Ah!... ¡es toda una tiranía la vida moderna!... Vanidades que no tienen nombre... exigencias que no tienen ningún fin moral... Absurdas necesidades que no conducen más que a sacrificios improductivos... una desenfrenada carrera por aventajar al que va delante... ¡y el poder arrollador de ese vértigo dantesco en que todos vivimos pagando en lágrimas y en angustias y en ruindades y en bajezas nuestro tributo miserable y estéril!... ¡Y cómo al alejarnos de ese ambiente vemos la densidad de las sombras que lo envuelven!... ¡Cuántos hombres lacerados por la envidia... abrumados por el pesar de obligaciones anonadadoras y contraídas con el solo fin de pagar dos líneas de esa crónica social!... ¡Cuántas energías malogradas... y cuánto sacrificio sin provecho!... ¡Superficialidad y mentira!... ¡mentira en todo!... La mentira contumaz en la sociedad entera... porque no somos una sociedad en que se mienta más o menos... ¡somos una sociedad que miente!... Si casi no hay un sólo hogar de alguna apariencia en que no impere la mentira... Los padres simulan una capacidad económica de que carecen... los hijos fingen una educación que no tienen... ¡mienten!... las hijas gastan lujos que no han pagado... mienten... las señoras... las señoras... las señoras...

Pero, ¿el superior del convento no es usted? ¡Ca! No, señor. Yo no soy más que el capellán. Hay un superior general de todos los colegios del Corazón de María, lo mismo de los que existen en España que en los de Francia, donde se establecieron primero. Es francés, y constantemente está viajando, pasando temporadas en cada uno para inspeccionarlos y dirigirlos.

No . ¿Quién podría saber lo que hacía en las largas temporadas que estaba ausente? Ha dicho usted que desde hace poco la trataba mejor. ¿Cuánto tiempo hace de eso? Tres o cuatro meses. ¿Cómo notó usted ese cambio? Vino a buscarla después de una ausencia muy larga, cuando yo creía que no iba a volver nunca. ¿Venía de Zurich? Creo que de Zurich. ¿Se quedó mucho tiempo?

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