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Acaso llegue la gloria para los artistas... pero después de muertos. Es una burla demasiado cruenta del Destino. ¡Copa de verde y ponzoñoso licor, donde la sirena del genio supo cantar para Verlaine! ¡Acaso en el fondo del vaso esté el dulce talismán que encanta la vida! Embriagaos de amor, de virtud o de vino.

Creo que la consideraba como una especie de hechizo, o talismán, que, además de ser la fuente de su gran fortuna, lo preservaba de todas las desgracias y males. La razón de esto no puedo decirla, porque no la conozco. ¿Nunca se cercioró usted de qué índole era el objeto que él consideraba tan precioso?

Eran, en su mayor parte, antiguos capitanes de buque, que después de haber rodado por todos los mares y haber resistido firmemente los huracanes de la vida, habían al fin echado el ancla en este tranquilo rincón del mundo, en donde con muy poco que los perturbara, excepto los terrores periódicos de una elección presidencial, que podría dejarlos cesantes, tenían asegurada la subsistencia y hasta casi una prolongación de la vida; porque si bien tan expuestos como los otros mortales á los achaques de los años y sus enfermedades, tenían evidentemente algún talismán, amuleto ó algo por el estilo, que parecía demorar la catástrofe inevitable.

disipa con la magia de su encanto. Es talismán de poderoso hechizo que al brío de su amor no hay quien resista, ni pecho que no ablande con su llanto. ¡Es Eva que nos quita el paraíso, y es María que el cielo nos conquista!

Se ignora qué talismán poseía el Duque para que ni un átomo de polvo, ni una gota de agua manchasen nunca sus inmaculados pelos. Añádase á esto que siempre fué un misterio profundo la salud inalterable de un paraguas de ballena que le conocí toda la vida, y que mejor que el Observatorio podría dar cuenta de todos los temporales que se han sucedido en veinte años.

EL JUDÍO. ¡Que no! ¡semejante tesoro en tu poder!... ¿quién ha podido...? Pero, entra, entra; porque las balas llueven, y no quisiera que esos incrédulos mancillaran ese talismán. Se abrió la puerta. Blasillo entró bajando la cabeza, atravesó otras dos enormes rejas de hierro y se encontró en un estrecho patio que no recibía la luz más que por arriba.