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Actualizado: 4 de julio de 2025


No vus perdáis, muchachos volvió a decir el otro, sin soltar de la boca sucia el caramelo largo. ¡Que le achuche, que le achuchegraznaron varios, arremolinándose. El Majito y Colilla, que así se llamaba el del carbonero, se sacudieron el primer golpe en los hombros. «¡Leña! ¡Atiza!». A los primeros golpes cayó a tierra el ros.

Juan no había tomado más alimento que una taza de café de ínfima clase y un panecillo. No pudo entretener el hambre contemplando la hermosura de la nieve, en primer lugar, porque no tenía vista; y en segundo, porque aunque la tuviese, era difícil que al través de la reja de vidrio empañada y sucia de su desván pudiera verla.

En cambio, oían a los pájaros, contemplaban campo y cielo al abrir sus ventanas, no tropezaba su vista con una sucia pared a unos cuantos metros de distancia, que los robaba el aire y el azul del espacio. Isidro, con su imaginación, embellecía el barrio. Un siglo antes, era aquella parte la más hermosa de Madrid. ¿Veía Feli las praderas al otro lado del río?

Los días siguieron así, sin variación notable, y llegó el 23 de junio. Aquel día, Quilito almorzó en casa, o mejor dicho, no almorzó, porque todo el tiempo se lo pasó renegando de los bodrios de Catalina, de Pampa, que era una sucia, que así limpiaba los cubiertos como se lavaba mal la cara; del pan, sin cocer, del vino, agrio... Y don Pablo, siempre paciente, trataba de calmarle.

Imposible es comprender hoy la obscuridad que proyectaban sobre la entrada de la Carrera el ancho paredón del Monasterio de la Victoria por un lado, y la sucia y corroída tapia del Buen Suceso por otro. Más allá formaban en línea de batalla las monjas de Pinto; por encima de la tapia, que servía de prolongación al convento, se veían las copas de los cipreses plantados junto á las tumbas.

Su única falda roja, ajada, estaba sucia y harapienta, como lo había sido la de la niña. Jamás se había oído a Melisa aplicarla cualquier término infantil de cariño. Nunca le enseñaba en presencia de otros niños.

Entonces, aquel río de furias desgreñadas, aquellas turbas harapientas, atajaron el paso al coche, y sobre las magníficas faldas de las damas, pálidas de sorpresa y medio muertas de miedo, comenzó a caer en lluvia pastosa y sucia el barro arañado de entre los adoquines o cogido en las socavas de los árboles; y empezaron a silbar por el aire trozos de cascote, escuchándose los rugidos de las amotinadas, que vociferaban: ¡Mueran los ricos!

Una de las fachadas laterales caía sobre pequeño jardín húmedo, descuidado y triste y cerrado por una tapia de regular elevación; la otra sobre una callejuela aún más húmeda y sucia abierta entre la casa y la pared negra y descascarillada de la iglesia de San Rafael.

¿El secretario del señor obispo está arriba? preguntó al más próximo. ¿D. Cayetano?... , señora, arriba está respondió uno de los más lejanos. ¿Podría hablar unas palabras con él? ¿Por qué no?... Le avisaré... Suba usted conmigo. Ascendieron ambos por la sucia escalera de D. Miguel, pues ni por la llegada del prelado se había limpiado. Tenga usted la bondad de aguardar un momento.

¿Y podré volver al cinema? añadió con ansiedad . ¿Me dejarán ver todas las noches á mi pequeño? Los dos hombres rieron de su simpleza, contestando con un gesto afirmativo. Salió de la Comisaría lentamente. No convenía que la viesen huir como el que tiene la conciencia sucia.

Palabra del Dia

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