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Actualizado: 4 de junio de 2025


¿Le parece a usted poco meternos en agua sucia? Hombre, no era plato de gusto; pero al verle a usted tan agitado y furioso, todos creímos en un peligro de muerte, ¿verdad, señoras? Las damas se deshacían en exclamaciones, llorando unas, riendo otras.

Y entró en la iglesia su hija, una mocetona morenota y sucia, con ojos africanos: una beldad rústica que parecía escapada de un aduar.

Una vez en la trastienda, que era una sala cuadrada bastante sucia, vestida de estantería de madera llena de piezas de paño y sembrada, sobre todo hacia los rincones, de multitud de objetos polvorientos y enmohecidos, las señoras se despojaron de sus abrigos. En el centro había una gran mesa cubierta con tapete azul, y colgando sobre ella una lámpara idéntica á la de la tienda.

Por todas partes veía cataratas de nieve sucia y de restos, y me preguntaba con cierto espanto instintivo si, hendiéndose las rocas como la misma nieve, se irían á unir por encima del valle en una sola masa viscosa, derramándose á lo lejos por el campo.

Fué un gran poeta francés que, hace muchos años, una noche lúgubre de enero, se fué de la vida, ahorcándose del hierro de un tragaluz, en la horrible y sucia calleja de la Vieille Lanterne, en un rincón del París de los apaches y de las buscadoras de amor.

Al borde llegaba todas las noches, y solía ser una puerta desvencijada, sucia y negra en las sombras de algún callejón inmundo.

La iglesia estaba envuelta en una semisombra gris y sucia: la luz que caía de las altas ventanas de la cupulilla, ocultas por gruesas cortinas azules, no bastaba a esclarecer el ambiente. De rato en rato sonaban campanillazos, y otras veces el chocar de los cuartos dentro del cepillo que un monago presentaba a los fieles pidiendo, para el cultooo de esta santa iglesiaaa.

Y hay más: durante los fríos del invierno, la familia, para tener más calor, se va del piso bajo y baja á la cueva, que al propio tiempo sirve de cuadra. En un lado están los animales tumbados en la paja sucia, y en el otro yacen hombres y mujeres entre sábanas nada limpias.

Cada cual la sentía a su manera: doña Manuela no decía sino: «¡Hijo mío, cuánto trabajaEl padre no se recataba para confesar a voces aun delante de gentes: «Estará en la imprentaLeocadia, sin disimular la repugnancia a lo que en su hermano había de obrero, hablaba del destino o el empleo, y cuando le veía volver a casa, instintivamente le miraba a las manos, temiendo que trajera en ellas alguna señal sucia de su honrosa labor.

Después de infinitas ramificaciones por las calles y casas, el agua de los acueductos, ya sucia por el uso y mezclada á impurezas de toda clase, emprende nuevamente su camino para alejarse de la ciudad donde engendraría la peste.

Palabra del Dia

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