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Actualizado: 3 de junio de 2025
Una de las galerías ha sido destinada á tiendas de curiosidades, mercerías, cosmoramas, etc., que producen el mas curioso contraste con la sombría majestad de la bóveda iluminada por el gas.
La Dorotea, destrenzados los cabellos, desarreglado el traje, iba de acá para allá pálida, sombría, llorosa, sin acuerdo de lo que hacía, obrando maquinalmente, irritada, poseída por una pasión tremenda. No vió ni al tío Manolillo ni á Montiño.
Lo que semejantes confidencias debieron costarle a una conciencia sombría y por tan largo tiempo cerrada, adivinábalo yo y se lo agradecía con un ademán conmovido al cual sólo respondía él con una inclinación de cabeza.
Como un rápido relámpago que desgarra la noche sombría, como un rayo de sol que hubiese disipado la niebla que se amontonaba en torno de su mente, aquella repentina aparición, que evocaba la gloria del pasado, dio valor a la hija del soldado para la lucha, para el trabajo y para el deber.
Maravillada de la limpieza y altura de estas máximas del Evangelio, Carmen sentía crecer su repugnancia instintiva hacia la existencia y los seres de la casona, y miraba al cielo puro con un inconfeso anhelo de volar, con un callado presentimiento de las alas ligeras y giros alegres, abstrayéndose con delicia en la contemplación de las mariposas y de las aves suspirando con hastío en su cárcel sombría de Rucanto.
La sombría Groenlandia se engalana con tales recuerdos, que el desierto deja de serlo cuando se leen esculpidos en él esos nombres, mudo testimonio de la fraternidad universal. Lady Franklin ha demostrado una fe admirable. Nunca llegó á imaginarse viuda; incesantemente solicitó el equipo de nuevas expediciones.
Ella se desprende de mis brazos y se deja caer en una silla. »Puesto que quieres saber me dice, fijando los ojos en el suelo, como sumida en una meditación sombría, me ha faltado el valor, he dudado de tu amor y creído que me harías sentir que no te llevaba más que mi pobreza. »Pero su mentira, como una llamarada, le enrojece la frente.
Era el papa de España y la sagrada máscara del Rey. Después de la sombría procesión, sus rojas vestiduras exaltaban el ánimo como un toque de chirimías. Salvo la morada muceta inquisitorial todo era para los ojos, desde el sombrero hasta la calza, un solo golpe de púrpura. Su ceño expresaba el rigor sacrosanto, sus ojos no pestañeaban siquiera.
Sin saber por qué, cuando se vió solo en aquella casa sombría, en compañía de aquella mujer pálida, con la vista extraviada y el rostro enflaquecido por tres días de delirio y calentura; cuando notó sus ligeras convulsiones, su agitada respiración, su mirada viva, sin saber por qué, lo repetimos, tuvo miedo. ¿Está mi tío? preguntó. Tengo que verle. No está; desde ayer no parece.
Sabe, pues, que fue en vano que el Rey enviase en su persecución a sus más fieles servidores. No han podido dar con él. Sidarta se ha perdido en el seno de impenetrable y sombría floresta. Allí no es ya el príncipe Sidarta, sino el áspero penitente Sakiamúni. Su elegante traje le trocó por el traje de un mendigo.
Palabra del Dia
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