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Actualizado: 4 de junio de 2025
Las ideas que de sus observaciones brotaban chocaron claramente con los preceptos que se le imponían; su buena fe le impulsaba a buscar, cada vez con más ahínco, una opinión, un juicio, que diera solución a sus dudas, algo fuerte en que apoyarse para vivir y creer al mismo tiempo; pero ningún filósofo, ni ningún escrito sagrado le podían dar lo que su propia conciencia se obstinaba en negarle.
Mostráronse alegres de tal solución en apariencia, pero cada cual se separó por su lado, y aquella tarde en el Saloncillo Peña reprendió ásperamente a don Feliciano por su conducta. Llegó a afirmar que le había puesto en ridículo y que si no fuese porque se trataba de un amigo antiguo y persona de más edad que él, «le exigiría una jeparación».
No creo que se pueda replicar nada á esta solucion; sin embargo, todavía me propongo ampliarla con algunas observaciones sobre el carácter de los fenómenos en que se quiere suponer que nuestra alma está puramente pasiva. Actividad, si alguna se ejerce en semejantes casos, es mas bien de reaccion contra la sensacion dolorosa.
Para un náufrago de la existencia como lo era ella, la solución que se le presentaba era, si no la dicha, al menos la vida, y, sobre todo, el término cierto, seguro, de su pesada esclavitud.
¡El Hombre-Montaña va á escaparse! gritaron miles de voces. Otros se alegraron de esto, aceptándolo como una solución beneficiosa para el país, ahora que necesitaba concentrar todas sus actividades en la guerra contra los hombres. Todos vieron cómo se inclinaba sobre los peñascos que defendían el lado exterior del muelle formando una línea de rompeolas.
Margarita, considerando el amor que se iba para siempre, las esperanzas desvanecidas, el porvenir iluminado por la satisfacción de un deber cumplido, pero monótono y doloroso, murmuró igualmente: ¿Y yo?... ¡Qué será de mí!... Desnoyers pareció reanimarse, como si hubiese encontrado de pronto una solución. Escucha, Margarita: yo leo en tu alma. Amas á ese hombre, y haces bien.
Aquel tiro con que él se amenazaba a sí mismo, ¡cuánto mejor estaría empleado en ella! «Pero ese tiro, ¿me lo doy o no me lo doy?... No tengo más remedio que dármelo discurría entrando por la calle de la Magdalena . Por ninguna parte veo la solución.
En su vida anterior tenía Elena episodios más arriesgados... Pero inmediatamente sentía la fiebre del odio al convencerse de que era imposible esta solución. Ricardo había huído de ella para siempre. Ya no podía dudar de este alejamiento, después de haberle hablado desde su ventana la tarde anterior.
La pacífica solución del «lance personal» dejaba sin embargo en blanco el problema de la culpabilidad del capitán Pérez. ¿Era traidor? ¿No era traidor?... Tal era el dilema que corría en todas las bocas. Unos se declaraban por la culpabilidad del capitán Pérez, otros por su inocencia. Y las discusiones violentas y sutiles arreciaban como en las grandes crisis políticas.
»¿Qué solución tenía la crisis en que me hallaba? ¿Acaso había yo de asesinar a mi mujer? ¿Acaso había yo de asesinar a su amante?
Palabra del Dia
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