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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Lorenzo no descansó en Estella. Aquella noche vio Salvador las calles Mayor y de Santiago atestadas de soldados, que se racionaban con pan y vino; habló con ellos y pudo notar que reinaba en la tropa buen espíritu, si bien su entusiasmo por la causa que empezaban a defender no era muy grande todavía. Lorenzo salió a media noche.
¡Cómo! ¿Atreverse la tía pendanga á venir á insultarlas á su propia casa? ¿Insultar á su madre? ¿Insultarlas á ellas? ¡Esa sin vergüenza! ¡Esa cualquier cosa! ¡Esa p...! Y salió el vocablo infamante, y se repitió infinitas veces á gritos por las cuatro mujeres, trasformadas en cuatro tigres de Hircania.
Despidióse a estilo vulgar, con ofrecimiento del domicilio y de sus servicios, y salió con más ánimo. ¡Qué trotar aquel día la infeliz señora!
Maquinalmente, Pablo Aquiles y Casilda dijeron con la cabeza que no. Firmado el correspondiente recibo, Esteven recogió sus papeles y sin añadir palabra, salió como había entrado. ¿Quién reconocería en aquel personaje tan finchado, al tenedorcillo de libros de marras? ¿Te convences ahora? dijo Casilda mirando tristemente los billetes dejados sobre la consola.
El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.
Pero Luis extendió la mano, agarró a la valenciana por los cabellos y, después de sacudirla tres o cuatro veces con fuerza, la arrojó lejos de sí y se lanzó a la puerta del salón. Bajó la escalera a saltos, salió a la calle, donde esperaba el coche, y brincando en él con su preciosa carga dijo al cochero: ¡A escape, a la Granja! El pesado vehículo rodó con estrépito por las calles mal empedradas.
Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama.
El gaitero y tamborilero ocupaban su sitio de honor en la tribuna, y el cohetero, rodeado siempre de un enjambre de chicos, se mantenía en lugar apartado con un haz de cohetes en la una mano y una mecha encendida en la otra, grave, inmóvil, silencioso, bien persuadido de su alto y principalísimo destino. Salió por fin el clérigo oficiante, seguido del diácono y subdiácano.
Salió luego el Interés, y hizo otras dos mudanzas; callaron los tamborinos, y él dijo: -Soy quien puede más que Amor, y es Amor el que me guía; soy de la estirpe mejor que el cielo en la tierra cría, más conocida y mayor. Soy el Interés, en quien pocos suelen obrar bien, y obrar sin mí es gran milagro; y cual soy te me consagro, por siempre jamás, amén.
Pues... yo me atrevería á suplicaros... que... me dirigiéseis... me ayudáseis en mi examen de conciencia... y como se trata de una confesión general... y ¡como yo he sido muy malo! Y para pronunciar esta última frase, salió de nuevo de tono y más ruidosamente que las veces anteriores, el cocinero mayor. El padre Aliaga sintió un poderoso impulso de impaciencia, casi de despecho.
Palabra del Dia
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