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Actualizado: 2 de junio de 2025
La de la ópera de Rossini representaba las inmediaciones de un castillo feudal, donde habitaba aquel señor que aborrecía las mujeres; a la puerta había un gran letrero que decía: Il feroce Coradino odia il sexo feminino.
Sí; mírala; es una excelente conocedora de la música de Rossini. ¿Oíste qué bien cantó aquel adagio? Pues es la viuda de Nino, ya expira; a imitación del cisne, canta y muere. Al llegar aquí estábamos ya en el baile de máscaras; sentí un golpe ligero en una de mis mejillas. ¡Asmodeo! grité. Profunda obscuridad; silencio de nuevo en torno mío.
Cuando conocí personalmente a este insigne hijo de Madrid, andaba ya al ras con los sesenta años; pero los llevaba muy bien. Era de estatura menos que mediana, regordete y algo encorvado hacia adelante. Los que quieran conocer su rostro, miren el de Rossini, ya viejo, como nos le han transmitido las estampas y fotografías del gran músico, y pueden decir que tienen delante el divino Estupiñá.
El órgano parecía sentir más de corazón las penas de María.... Ana pensó en María, en Rossini, en la primera vez que había oído, a los diez y ocho años, en aquella misma iglesia, el Stabat Mater... Y después que el órgano dijo lo que tenía que decir, los fieles cantaron como coro monstruo bien ensayado el estribillo monótono, solemne, de varias canciones que caían de arriba como lluvia de flores frescas.
Asistiría al día siguiente al entierro de su amada y por la noche concurriría al teatro para oír desde su palco el último acto de Otelo, aquella romanza del Sauce, aquel último canto del cisne, obra maestra de Rossini que tanto gustaba a Magdalena. Después regresaría a casa y allí se levantaría la tapa de los sesos.
Rivera para aquí, Rivera para allí, Rivera esto, Rivera lo otro, en todas partes hacía falta y para todo se le consultaba. ¡Cómo no, si sabía casi tanta música como la intendenta y poseía una voz aceptable de tenor! Así que de hecho él era el director de la fiesta, por más que aquella lo fuese de derecho. Se iba a cantar un acto de la Lucía, de Donizetti, y otro del Coradino, de Rossini.
Se cansa de aplaudir cuando escucha las óperas de Rossini, de Donizetti y de Auber: diríase que un millón de notas, revueltas en sabrosa ensalada, tiene un no sé qué que halaga los oídos de esas gentes.
Después siguió Guillermo Tell, esa onomatopía admirable, que revela en su conjunto de profundas melancolías y de arranques ruidosos y atropellados todo el sentimentalismo y el entusiasmo de Rossini, el artista del amor y de la gloria.
Entre los músicos de Italia se ha visto la misma precocidad. Cimarosa, hijo de un zapatero remendón, era autor a los diecinueve de La Baronesa de Stramba. A los ocho tocaba Paganini en el violín una sonata suya. El padre de Rossini tocaba el trombón en una compañía de cómicos ambulantes, en que la madre iba de cantatriz.
La Música es la Farmacia del alma, y la... viceversa, ya usted me entiende. Nosotros, ¿qué somos si no los compositores del cuerpo? Usted es un Rossini, por ejemplo, yo un Beethoven. En uno y otro arte todo es combinar, combinar.
Palabra del Dia
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