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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Mozos de vida airada, acostumbrados a peleas nocturnas con las rondas de alguaciles y a largas estancias en la cárcel por deudas, convertíanse al otro lado del Océano en magníficos señores que destronaban emperadores, colocaban otros en su lugar, o concluían por sentarse en el trono.
Podían seguir por el paseo de las Acacias, dar la vuelta a Madrid por las rondas, sin molestar a nadie. Estas eran las órdenes que había recibido. Nada de entrar en la población, de atravesar el centro, buscando la calle de Alcalá. El estaba allí, en el paseo de los Ocho Hilos, para cerrarles el paso y que no ganasen la puerta de Toledo.
Oíd: iréis á buscar al alcalde de casa y corte más duro, más valiente, más á propósito para no dejarse engañar por Quevedo. Ruy Pérez Sarmiento, es que ni pintado. Bien: diréis á ese señor... le mandaréis que sin perder un momento, suelte por Madrid cuantas rondas de alguaciles pueda en busca de don Francisco. Todos le conocen.
Román Rouet, introducido en el salón, declaró que no había visto nada sospechoso en sus rondas. Era el tal un viejo, medio labrador, medio guarda y, más que nada, cazador furtivo, con la cara curtida por la lluvia y el sol, enmarañadas cejas, que se hacía cortar como el cabello, y dientes destrozados por la acidez de la sidra.
Casi no es hipérbole decir que la señá Benina, al salir de Santa Casilda, poseyendo el incompleto duro que calmaba sus mortales angustias, iba por rondas, travesías y calles como una flecha. Con sesenta años a la espalda, conservaba su agilidad y viveza, unidas a una perseverancia inagotable.
Pero quedaba lo difícil: el peligro de tropezar con las rondas volantes que no habían participado del soborno y se esforzaban por cortar el paso a los defraudadores y hacer buena presa de sus cargas. Los caballistas infundían miedo porque contestaban a tiros al ¡quién vive!, y eran los indefensos mochileros los que sufrían toda la persecución.
Las mujeres protestaban vociferando de las órdenes de la policía. Eso es: debemos marchar por las rondas, como los ganados que van de paso... Los pobres a la cuadra. Por las calles de Madrid no puen pasar otros entierros que los de los señores que mueren de hartazgo o malos vicios. Son para los otomóviles y los carruajes con tronco.
Mujer joven, no mal laminada, rica y autorizada para dar pronto reemplazó al difunto decían los moqueguanos ,¡qué gangas de testamento! Y el dicho pasó a refrán. Y el virrey encontró otras tres rondas, y los capitanes le dieron las buenas noches, y le preguntaron si quería ser acompañado, y se derritieron en cortesías, y le dejaron libre el paso.
Así llegaron a conocer palmo a palmo cuantos paseos, carreteras y cuestas rodean a la Corte, yéndose a pies que queréis por esas rondas, como hidalgos de leyenda que marchan a ver tierras, y por entonces debió ser cuando en casa de Millán el padre de éste, y en la de Pepe su madre, notaron que los chicos rompían zapatos como si lo hicieran a porfía.
Palabra del Dia
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