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Actualizado: 9 de junio de 2025


El alma de mi raza tiene ensueños románticos; calma sus pesadumbres con amorosos cánticos, en idílicas noches, bajo un claro fulgor. Sonríe cuando mira la pensativa luna rielar sobre las ondas de una inquieta laguna, fingiendo dulce calma, ahogando su dolor. Sonríe cuando escucha, en la blanca mañana, los acordes de un canto que un pájaro desgrana en las frondas de un bosque virgen de humano pie.

Nunca ha sido tan intrépido el estilo de Pereda, tan grande la fuerza plástica de su lenguaje, y ese raro poder de asimilación que Dios le concedió para que se hiciera íntimo de todo hilo de luz, de toda hebra de maíz, de todo zumbido de insecto, de todo rielar del agua. Hay que remontarse a Teócrito para encontrar idilio tan bello y humano como el rústico idilio de Pedro Juan y de su amada.

Su traje tenía que ser por fuerza muy sencillo; casi siempre un vestido negro sin adornos; algunas veces lo cambiaba por otro tornasolado que modelaba finamente su soberbio busto de diosa, realzando cada uno de sus movimientos a un metálico rielar.

Y la chochez, respetable cuando es natural, resulta risible cuando se opone vanamente por medio de estos artificios a los estragos del tiempo, pidiendo a la química de tocador la juventud y la belleza que huyeron. Nada más bello que el rielar del alma en el rostro, revelando nuestro estado emocional, el pudor, el sonrojo, la dulce alegría, todos los movimientos espontáneos de nuestro espíritu.

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