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Actualizado: 20 de junio de 2025
Saliendo del camino y tomando la dirección de aquellos canastillos de verdura, se divisa primero un roto torreón, cuyas grietas son otras tantas macetas en que la potente vegetación de los trópicos encuentra vida y alimento. Más cerca, los grupos de follaje descubren las antiguas ruinas de tres edificios. Las retorcidas ramas de los baletes ocultan los restos de una noche de luto y de lágrimas.
No hace falta más para comprender que los hombres ilustrados de aquel tiempo, aunque lo expresasen con tan retorcidas frases, sabían y proclamaban los respetos que merece el arte. A pesar de lo cual Diego Velázquez seguía siendo, más que pintor, criado del Rey; mejor dicho, era un criado que pintaba.
Ricardo y Marta continuaron avanzando hacia el agua lentamente, dominados por el respeto y la admiración. Según caminaban, la arena se iba haciendo más blanda; las huellas de sus pies se llenaban inmediatamente de agua. Al acercarse, observaron que las olas crecían y que sus volutas retorcidas en el momento de desplomarse los taparían si se pusiesen debajo.
Ni cupo mejor suerte á las cornisas. Cortadas y retorcidas de mil maneras, habrian parecido harto desabridas y monótonas á los innovadores si se hubiesen conservado en ellas la direccion recta y una sola moldura por picar.
Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de té, subía por la fachada extendiéndose como una parra y daba al viejo casarón un tono delicado y aéreo. Tenía además este jardín, en el lado que se unía con la huerta, un bosquecillo de lilas y saúcos. En los meses de Abril y Mayo, estos arbustos florecían y mezclaban sus tirsos perfumados, sus corolas blancas y sus racimillos azules.
Estos bosques surgían como manchas de vida allí donde el encuentro de las corrientes superficiales hacía llover un maná de diminutos cadáveres. Las plantas retorcidas y calcáreas, duras como la piedra, no eran plantas: eran animales. Sus hojas, tentáculos inertes y traidores, se encogían de pronto. Sus flores, bocas ávidas, se inclinaban sobre la presa, sorbiéndola por sus ventosas glotonas.
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, ó hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.
Palabra del Dia
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