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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El domingo por la tarde pidió que se le administrasen los últimos sacramentos, y quiso ver á su hija Feliciana para bendecirla; después convocó á sus amigos para despedirse de ellos, exhortándolos á la práctica «de la piedad, de la devoción y del amor divino.» La verdadera fama era ser bueno, y que «él trocara cuantos aplausos había tenido por haber hecho un acto de virtud más en esta vida.» Volvióse hacia una imagen de la Virgen de Atocha, y recitó una fervorosa oración hasta que cayó sin fuerzas, aun cuando luego pasó una noche inquieta, al cuidado de su médico de cabecera.
Mientras se verificaba la untura, el Padre Ambrosio, recitó no corta serie de palabras y frases, al parecer de un lenguaje exótico y punto menos que inaudito.
Lo recitó de buena fe, con la convicción de que estaba trabajando por la gloria de su país. Celebraba la llegada del grande hombre como la aparición del día, con enfático lenguaje: «Egregio professore: Voi siete come la stella del mattino...». Y mientras aplaudían los compatriotas, «la estrella de la mañana» acariciábase las barbas y se afirmaba los lentes pensando en su contestación.
En una velada organizada para recoger fondos con que aliviar la miseria de las viudas y huérfanos de los bravos que sucumbieron por defender el honor que un rey criminal quiso asesinarles, Martí pronunció una oración bellísima, y el señor Leopoldo Burón recitó unos versos, también suyos, alusivos al acto.
Antes me solía acompañar en mis paseos, y algunas veces, al ver aparecer el lucero de la tarde, recitó esa poesía de Ossian, que hemos leído los dos en un ejemplar de Ana Sandow, y que empieza así: «Estrella del crepúsculo, que resplandeces soberbia en Oriente, que asomas tu radiante faz por entre las nubes y te paseas majestuosa sobre la colina..., ¿qué miras a través del follaje?»
Luego recitó una epístola dirigida a M. de Bienassis, en la cual se encierran trozos de poesía tiernísima; se le interrumpía frecuentemente con murmullos de aprobación; Mariana y yo estábamos verdaderamente emocionadas; luego se nos colmó de felicitaciones y, ¿por qué no decirlo?, de dicha y orgullo; lo cual me parece algo perdonable.
Tuve hasta la niñería de elegir el paraje de antemano, y allí os habría recitado un pequeño discurso, muy preparado, muy estudiado, casi aprendido de memoria, pues desde vuestra partida no pienso más que en este discurso, y me lo recito a mí misma desde la mañana hasta la noche. Esto era lo que me proponía hacer, y comprendéis que vuestra carta... desconcertó mi plan.
Palabra del Dia
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