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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Nunca bebía licores y aquella tarde, distraído, sin saber lo que estaba haciendo, había apurado la copa de chartreuse o no sabía qué, servida por la Marquesa. Fortunato leía las pruebas y seguía sonriendo. No parecía temer ya al Magistral. Horas antes esquivaba quedarse a solas con él de miedo a que le reprendiese por su condescendencia con las señoras protectrices de la Libre Hermandad.
En la imaginación del joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le parecía extremadamente corta, y la pequeña puerta por donde desaparecía Tónica todas las noches estaba ya a la vista. Para mayor desgracia, la joven seguía hablando; pero Juanito tembló, pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.
Vio la pequeña casa pero no sabía de quién era. Pensaba que la casa era muy hermosa y quería entrar para verla. Así, llamó a la 30 puerta. Nadie respondió. Ella creía que todas las personas de la casa estaban dormidas. Llamó otra vez, pero nadie respondió. Ahora creía la niña que nadie estaba en la casa. Abrió la puerta y entró. Todo parecía tan cómodo que quería quedarse allí algunos minutos.
También se quedaron Chisco y Pito Salces con otros dos mozones de mi confianza, bien advertidos por mí de muchos cuidados, particularmente el de la vigilancia, no sé si porque me salió espontáneamente de adentro la ocurrencia, o porque me la inspiró una mirada elocuentísima de la mujer gris, al ver cómo iba a quedarse la casona, sin nosotros, indefensa y punto menos que vacía.
Las alternativas de alegría y dolor por que Clementina le hacía pasar con su coquetería le tenían destrozado el corazón. Aunque el tren arrastraba un sleeping-car, pocos habían hecho uso de él. La mayor parte prefirió quedarse en los salones de tertulia.
Juana me ofreció quedarse á mi lado con una voz tan suplicante, que no pude oponerme. Además era una mujer y me parecía que así no me hacía culpable para contigo.
Tanta piedad podía llegar a ser una desgracia para él, porque si Fortunata se entusiasmaba mucho con la religión y se volvía santa de veras, y no quería más cuentas con el mundo, sino quedarse allí encerradita adorando la custodia durante todo el resto de sus días... ¡Oh!, esta idea sofocó tanto al pobre redentor, que se puso rojo.
Por no regresar con ellos a Madrid prefirió quedarse a comer en la casa y partir en el tren que debía pasar a las nueve de la noche. En cuanto a Barragán, fue instado para que pernoctara allí, pero no aceptó. A la hora de obscurecer montó de nuevo a caballo y la emprendió hacia Villalba, donde pensaba dormir. Reynoso quedó haciendo comentarios alegres.
Si no se llega a la unanimidad, entonces se somete el fallo a votación, se saca una caja de madera con dos compartimientos y dos ranuras. Junto a una de éstas hay pintada una lancha; al lado de la otra, una casa. La lancha quiere decir que se puede salir al mar; la casa, que hay que quedarse en tierra. La votación suele ser absolutamente secreta.
Había que tener fe en algo; su débil espíritu no le consentía en ninguna tribulación quedarse sin ninguna esperanza, sin una tabla a que agarrarse.
Palabra del Dia
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