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Y de pronto suena un chirrido largo, igual, uniforme, que se quiebra a poco en un ris-rás ligero y cadencioso. Luego, otra cigarra comienza; luego, otra; luego, otra... Y todas cantan con una algarabía de ritmos sonorosos. Azorín gusta de observar las plantas. En sus paseos por el monte y por los campos, este estudio es uno de sus recreos predilectos.

Milagros se despidió de D. Francisco con las frases más cordiales y caramelosas que había pronunciado en su vida. «¡Oh!, ¡qué mujer tiene usted! Dios le ha mandado uno de sus arcángeles predilectos. No se queje usted de su mal, querido amigo, pues eso no vale nada, y pronto sanará.

, se calmará ... un poco. Y se pondrá contento. Contento, no. Cuidado: por usted no estará triste. Esto, que podía pasar por una galantería, no hizo efecto ninguno en Clara. Volvióse para mirar á Elías, que continuaba en la misma postura, gesticulando á solas. De tiempo en tiempo profería sus adjetivos predilectosMalvados, perros!"

Lo agradable de aquel lugar, la hermosa vista que desde él se disfrutaba, y la animación que allí solía reinar por el movimiento del puerto, hicieron que el paseo fuese de los predilectos del pueblo sevillano y que disfrutara por largos años de gran boga.

No tardó, como es consiguiente, en leérmelos, encerrándose para ello previamente en un cuarto retirado, donde a su sabor descargó la conciencia del grave cargo de ciento y tantas composiciones en todos los metros imaginables, aunque sus predilectos eran los sáficos y adónicos. Los dísticos, compuestos de exámetros y pentámetros, también le gustaban sobremodo.

Si no fuese por los versos y las novelas que he leído, yo no tendría de él ni noticia ni presentimiento. En mi alma ha habido predilección no pocas veces. , por ejemplo, y no quiero lisonjearte, has sido uno de mis predilectos. Lo que no ha habido en mi alma ha sido el amor perfectísimo de que nos habla la poesía. Mi alma ha tenido sus predilectos.

Luis de León y Garcilaso son mis predilectos entre los líricos españoles, dijo Lucía con suma naturalidad. Casi se disipó la sospecha de D. Fadrique. Parecía inverosímil tanto disimulo en una muchacha de diez y ocho años, que rezaba el rosario todas las noches, iba á misa y se confesaba con frecuencia.