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Actualizado: 14 de junio de 2025


Es común á casi todas las lenguas filipinas formar adjetivos y sustantivos con el procedimiento de anteponer á la raiz el prefijo ka y posponer el an. Regularmente los nombres así compuestos son de lugar y refiriéndose á estos se han aplicado luego á sus habitantes. Así ocurre con Kagayan, Kalagan, Kalibugan, Katalangan, Katubagan y tantos otros. Otras formas.

Su primer cuidado fué atender á la tierna criaturita, cuyos gritos, mientras se retorcía en su cama, hacían de absoluta necesidad posponer todo otro asunto á la tarea de calmar sus dolores. La examinó cuidadosamente y procedió luego á abrir una bolsa de cuero, que llevaba bajo su traje, y parecía contener medicinas, una de las cuales mezcló con un poco de agua en una taza.

Y aquí se encuentra la razon de que nos sea tan difícil sobreponernos á nuestra época, á nuestras circunstancias peculiares, á las preocupaciones de la educacion, al influjo de nuestros intereses; de aquí procede que se nos haga tan duro el obrar y hasta el pensar conforme á las prescripciones de la ley eterna, el comprender lo que se eleva sobre la region del mundo material, el posponer lo presente á lo futuro.

Pero en un libro como La Puchera, donde hay tanto oro de ley y capítulos que desde el día de su aparición deben pasar por clásicos, es lícito ser exigente y posponer lo bueno a lo mejor y lo mejor a lo óptimo.

Pero he visto y estoy viendo maltratada a la religión y sus ministros, estoy viendo en peligro la salvación de muchas almas, veo todos los días al divino Jesús y su dulce nombre escarnecidos por los impíos que mandan casualmente en España, poniéndole una corona de espinas mil veces más dolorosa que la que llevó en Jerusalén... y siento que sus ojos me imploran y escucho su voz celestial que me solicita para que afloje un poco aquella terrible corona... ¿Crees que debo posponer los sublimes intereses de la religión, la salud de mi alma y la gloria de Jesús al pueril temor de desagradar al mundo?

Al oír esto y ver a Lorenzo que se tomaba la cabeza con ambas manos, Melchor se levantó de la mesa, en la que acaso había bebido demasiado, y dando en ella un puñetazo dijo poco menos que a gritos: Con todos tus gestos de ridículo reproche y con todos tus desplantes de moralista recién llegado, , no serías capaz de explicarme satisfactoriamente esta difundida predilección por la madre... este miserable afán de posponer al padre, invariablemente, en el orden de nuestros afectos... esta, cobarde fórmula que la noción del adulterio impone en los espíritus bajos... Habla... te callas, ¿eh?... Y quizás te callas porque empiezas a comprender que te has vinculado, sin reflexionarlo ni un instante, a esa agraviante predilección por la madre que sólo se explica por medio de un raciocinio repugnante: ¡amo a mi madre, sobre todas las cosas, porque tengo la certeza de que soy su hijo!

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