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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Nélida, con un ligero temblor, mezcla de miedo y de placer, se agarraba convulsivamente a su brazo. Fernando sonrió: mejor era así. ¡Si alguien hubiese osado la menor burla!... Y ella le escuchaba con asombro y satisfacción. ¿Habría sido capaz de pelearse por ella?... ¿Lo mismo que en las novelas o en el teatro?

Hoy, una tercera guerra civil, otro sitio como el último, mataría á Vizcaya. ¿Qué sería de los altos hornos, de tanta fábrica y tanta vía férrea?... Por esto hemos abandonado, quien más quien menos, nuestra antigua bandera. Para servir á Dios no se necesita de política. Nosotros somos cada vez más intransigentes en lo tocante á la sacrosanta religión; ¿pero pelearse por reyes?

El Barrabás siguió hablando, sin fijarse en la mirada de reprobación de su hermano, creyendo ingenuamente que eran portentosas hazañas las raterías verificadas por su banda. Tal vez le inspiraba lástima aquel hermano infeliz, incapaz de pelearse con otro hombre y sin agallas para apoderarse de un mal pañuelo. A él le hacían caso en la cárcel.

La única culpable era aquella loca, que se había propuesto enemistarlos. A la mañana siguiente, Maltrana no pudo resistir por más tiempo esta separación, y abordó a su amigo en la cubierta. Parecía desesperado. ¡Que unos hombres como ellos, que hacían el viaje lo mismo que hermanos, fuesen a pelearse al final!...

Pero á esto se me ocurre objetar: ¿no sería mejor y más prudente en vez de pelearse con Dios, insultarle y llamarle tirano, creer que es bueno y hasta que todo eso de las penas eternas puede ser una calumnia que le han levantado á Dios en las Edades Tenebrosas, como el coronel Ingersoll las llama?

Es decir, que los españoles dejamos de pelearnos precisamente cuando empezaba a pelearse todo el resto de la Humanidad... Por aquel entonces llegué yo a Madrid, y una noche, en un restaurant, me quedé asombrado al ver que los hombres no se arrojaban unos a otros objetos de vidrio ni de porcelana. ¡Y eso que, indudablemente, todos estaban allí de buen humor y todo el mundo tenía ganas de divertirse!... Había en el restaurant unas cuantas francesas que, tratadas algo a fondo, resultaban ser de Zurich o de Rotterdam; había otras mujeres que se declaraban vienesas, pero sin darle a esta declaración un carácter irrevocable, porque si uno insistía, decían que habían salido muy chicas de Viena, y que, «en realidad», eran de Dresde o de Leipzig.

Palabra del Dia

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