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El rey de la casa era un señor rubio que desde los bancos de la oposición se divertía molestando al jefe del gobierno: un diputado eterno con fuerzas para hablar tres días seguidos. Rafael había oído ponderar la concisión y la claridad de la oratoria moderna en los parlamentos de Europa. Los discursos de los jefes de gobierno en París o Londres llenaban media columna de un periódico.

Casi había perdido la cuenta de las veces que le declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para siempre a la vida del Congreso.

Y especialmente, en toda clase de papeles, diré directamente al público todos los apartes, monólogos, gracias y parlamentos de intención o lucimiento que en mi parte se presenten. ¿Y memoria? No es cosa la que tengo; y aun esa no la aprovecho, porque no me gusta el estudio. Además que eso es cuenta del apuntador.

Su carácter feroz y vengativo, hace que jamas perdonen el agravio, y para no olvidarlo, en todas sus concurrencias y parlamentos se refieren aquellos acontecimientos con llantos y renovados duelos, y pasan á sus hijos y descendientes el mas serio encargo de sus venganzas, que duran tanto como las familias de agresores agraviados.

No creo que estos dramas puedan representarse sin supresiones, porque esos largos discursos ó parlamentos, tan comunes en Calderón, exigen una declamación especial, propia sólo de los actores españoles, no de los alemanes, más lentos, y que, por lo mismo, los harían acaso cansados; sería menester hacer en ellos sus cortes por persona competente, sin necesidad de añadir que el organismo de los dramas había de conservarse inalterable, prohibiéndose toda mutilación ó variación arbitraria, como las hechas por West, en El Médico de su honra.