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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Mario convidó a sus amigos los tertulios del café del Siglo, Miguel Rivera, Adolfo Moreno, Llot, Oliveros, Romadonga y tres o cuatro compañeros de oficina: los señores de Sánchez, a varias distinguidas familias del comercio, y entre ellas a la del mismísimo presidente de la Liga de Productores, propietario de una gran fábrica de ladrillo refractario en las afueras de Madrid.
Se avergonzó de haber empleado tanto tiempo en leer tales quimeras, cuando estaban ahí los hechos, los hechos constatados, la albúmina, el ácido úrico, el almidón, en triste e injustificado abandono. Y un día que se trató de la prensa en el café sostuvo con D. Dionisio Oliveros, el vate burocrático, una acalorada discusión.
Por supuesto que los alumnos no sabían palabra de todo esto; antes se tenían formada, de la braveza y esfuerzo de su director, una idea superior a toda hipérbole; no había en el colegio quien no le tuviese por más áspero y belicoso que Roldán y más denodado que Oliveros de Castilla, y quien no le temblase.
Permítame usted, Moreno... ¡Es que todas las religiones tienen sus milagros!... Permítame usted, Moreno; el mundo sería... ¡Es que, amigo Oliveros, todas las religiones tienen sus milagros! ¡Pero permítame usted, Moreno! el mundo sin religión sería... ¡Es que... Cada cual, enamorado de sus proposiciones juzgándolas de todo punto incontrovertibles, no quería escuchar siquiera las del contrario.
La dicha de Mario comenzaba a molestar ya a los dioses. Fuerza era que pagase el tributo debido a su condición mortal. En los últimos tiempos había descuidado bastante la oficina. Su amigo y antiguo jefe Oliveros le había advertido que el director no estaba satisfecho de él. La culpa no era de Carlota, como pudiera presumirse.
Pero todos los pueblos tienen religión clamó profundamente D. Dionisio. Se engaña usted, querido Oliveros manifestó Moreno sonriendo de felicidad por hallarse en situación de poder desbaratar aquel error tan pernicioso. Se engaña usted, no todos los pueblos tienen religión. En el África central existen algunos pueblos que carecen de ideas religiosas.
Don Dionisio Oliveros leyó un largo epitalamio en tercetos, que pudo escribir, según confesó, robando a duras penas algunos momentos a sus abrumadoras tareas poéticas, entre el tercero y el cuarto acto de un drama.
Palabra del Dia
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