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Entonces se ocultaron rápidamente, casi de un salto, en la salona, y se volvieron ambas hacia , que no las perdía de vista, con la pena y la conmiseración pintadas en la cara. A todo esto, don Pedro Nolasco, de pie, rígido, inmóvil y silencioso, en el mismo sitio en que se había plantado al entrar.

Esa cara está respirando salud me dijo . Veremos lo que dice hoy D. Pedro Nolasco cuando te vea. ¿Y quién es ese D. Pedro Nolasco? pregunté, sospechando fuera algún médico afamado de la vecindad. ¿Quién ha de ser, hijo? El albéitar, que vive en el cuarto número 14. Aquí no gastamos médico porque es bocado de príncipes.

Olalla, ó Eulalia, que refiere S. Eulogio estaba situada en el arrabal Fragelas, estramuros de la ciudad, del cual hoy nadie conserva memoria. Dícese sin embargo que el antiguo templo y monasterio de Sta. Olalla fué dado á S. Pedro Nolasco en 1252 por S. Fernando para que fundase en él el convento de padres mercenarios, los cuales fueron vulgarmente llamados por mucho tiempo los frailes de Sta.

Y mucho que consta respondió don Pedro Nolasco ; pero con su cuenta y razón: en bandos que yo publiqué en su día, cuando las cosas andaban a paso más firme que ahora... , señor; allí estaba bien y en su punto; pero no lo está donde acabas de ponerlo con la mala intención que siempre tuvistes... ¡Eso es agraviarme! exclamó mi tío sofocado por la tos.

Don Pedro Nolasco hacía temblar las paredes con el estruendo de sus ponderaciones de lo recio y de lo crudo del temporal. No recordaba otro como él de muchos años atrás. Había estado como sin sangre en aquellos días, y no hubo durante ellos lumbre que alcanzara a meterle en calor.

Dejéla memorias para él, que fueron recibidas por la intermediaria con un «resguardo» a mi favor de lo más fervoroso y pintoresco que se puede imaginar, y continuamos el médico y yo andando hacia la casa de don Pedro Nolasco, pero hablando mucho de don Sabas Peña, «una de las ruedas más importantes de la consabida máquina», al decir de Neluco Celis.

Vi que me quedaba una hora, antes de la acostumbrada de comer en casa de mi tío, y quise aprovecharla para pagar la visita a don Pedro Nolasco. Díjeselo al médico como razón de mi despedida, y se mostró muy dispuesto a acompañarme si aceptaba yo la molestia de esperarle unos instantes.

En demostración de ello, fue sacando entronques la viuda; y cuando ya comenzaba yo a enterarme, por su labor, del parentesco, metió en ella nuevos hilos don Pedro Nolasco, y toda la madeja se me hizo una maraña; pero me guardé muy bien de declararlo así: antes al contrario, me di por convencido y hasta me felicité de ello.

Yo mismo conduje a la cocina a don Pedro Nolasco, que se dejaba traer y llevar como un niño atolondrado, y le senté en el sillón de mi tío, dejándole al cuidado de Tona y de Chisco, que andaba por allí entonces, con encargo de que le entretuvieran y animaran... y le dieran de comer cuanto pidiera, si lo pedía. Yo volvería por allí muy a menudo, y las señoras lo harían también de vez en cuando.

Don Pedro Nolasco no había podido acompañarlas; mejor dicho, no se lo habían permitido ellas, por temor a una caída que hubiera sido mortal en un hombrazo de sus años... porque estaban los caminos ¡Virgen María, la nuestra Madre! que daban miedo. Se «eslociaban» los pies en la nieve como anguilas en la mano.