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Actualizado: 11 de junio de 2025


Esta peripecia, relativamente alegre, en el sombrío drama que se desenvolvía, y a todo andar, en aquellos envejecidos ámbitos, me levantó mucho el espíritu. Venían los tres personajes hondamente impresionados por las noticias que les había dado Neluco.

No es el hombre onza de oro que a todos guste por igual, aunque tenga muchas a buen recaudo, como yo las tenía entonces; y podía suceder muy bien que Lituca no gustara de por especiales razones... y hasta por estar prendada de Neluco sin que éste lo supiera, pues todo cabía en el campo de los supuestos verosímiles.

La herida de la cabeza resultó insignificante, y lo del brazo ni siquiera llegaba a dislocación del hombro. Lo peor era la sangre perdida que le debilitaba mucho, y lo que pudiera haber de conmoción cerebral, aunque era buen síntoma lo dócil que iba mostrándose todo el organismo a los remedios que Neluco le aplicaba.

Aquí hizo un alto Neluco y se quedó mirándome fijamente como en espera de mi contestación. No tardé en dársela. Todo ese cuadro que acaba usted de trazarme le dije , me enamora y me seduce... como pintado en un papel. Mas quiero dar por supuesto que es la pura realidad. Ya tengo en mis manos el remedio contra el fastidio de unos cuantos días... de una buena temporada, si usted quiere. Corriente.

¡Oh! le respondí , y con mayores creces de las que usted pudo esperar... Pero dígame usted, Neluco añadí arrimándome más a él , este hombre, por sus prendas excepcionales de carácter y de saber, gozará de un gran prestigio y merecerá el respeto de todos, no solamente en su valle, sino en la provincia entera. Sonrióse Neluco amargamente, y me replicó: ¿Prestigio... respeto, dice usted?

Tomando el tente en pie que nos sirvió el tabernero con excelente voluntad y poquísima limpieza, y reanimados los bríos de las cabalgaduras con no qué brozas nutritivas que se hallaron en el pajar de la taberna y en el granero de un vecino, volvimos a montar Neluco y yo para seguir nuestro camino, del que nos faltaba todavía lo más largo y lo peor, según el médico me dijo al cabalgar.

Con estos planos y pormenores a la vista, encargué a Neluco lo que debía adquirirse por allá para lo fundamental de las obras; adquirí yo en Madrid lo puramente accesorio y decorativo que me faltaba, y a la Montaña con ello enseguida. Vamos, que andaba yo con estas cosas como niño con zapatos nuevos.

No insisto repuso el médico , porque no quiero que me tenga usted por imprudente; pero le aseguro que, sin ese temor, más de dos veces le hubiera preguntado, en estos últimos días, por los motivos de un desaliento que no ha podido usted disimular. Despertaba esta declaración de Neluco la idea, no dormida enteramente en , de confesarme con él, como Facia se había confesado conmigo.

Apagué la linterna de mis cavilaciones y, ¡oh sorpresa!, con el último rayo de su luz vi pasar rápidamente por los términos ofuscados de la imaginación, una nueva e inesperada imagen que parecía llevar en la virtud de resolver todas las dificultades del conflicto. Pero... Y acabé por hacerme cruces y echarme a reír. Riéndome estaba aún cuando entró Neluco.

De este modo y por aquellos motivos durmió allí, y se fueron solos, después de cenar, su marido y Neluco a casa de éste. Los primeros que llegaron al otro día bien temprano fueron dos parientes de la que fue mujer de mi tío Celso, de los Sánchez del Pinar, de Caórnica, a orillas del Saja.

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