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Actualizado: 9 de junio de 2025
Así van saliendo, sucesivamente, un pañuelo de percal aplomado, un viejo pañal de una camisa y una bula, dentro de la cual aparecen, como núcleo de todo el envoltorio, un montón de napoleones y algunas monedas de oro cuidadosamente guardadas entre los amarillentos repliegues de una hoja de un catecismo.
Sin decirla nada, sin saber lo que hacia, tanto ó más aturdido que mi amigo, abro mi cofre, y le doy los ciento setenta napoleones que necesita. Aquel hombre coge el dinero, me aprieta la mano sin decir palabra, y con los ojos humedecidos, sale precipitadamente de mi habitacion. Si él no me paga, exclamé para mí, Dios me lo pagará.
Al salir, di al inválido que me acompañaba una moneda de veinte francos. No la quiso. Le insté; no la quiso. Volví á instarle, casi le supliqué; no la quiso. Esto no se encomia con palabras. El creerá que el Napoleon que allí tiene, vale mucho más que los cuatro napoleones que yo le daba, y cree muy bien. ¡Salud al viejo, al noble, al digno veterano!
Usted ha visto un panorama maravilloso; pero le falta aún la visita íntima, cara a cara con el torrente, la visita que hicieron Bolívar, Humboldt, Gros, Zea, Caldas, uno de los Napoleones, y en el remoto pasado, Gonzalo Jiménez de Quesada y los conquistadores, atónitos. Nos pusimos en marcha, trepando a pie la misma senda que con tanta dificultad habíamos descendido.
El Louvre dió por ella ciento sesenta mil napoleones, ó sean ochocientos mil francos.
Total de gastos, con hospedaje y alimentos de las tres personas en el Cuartelillo, cinco napoleones. Nada, pues, le quedaba ya que ver, como él decía, cuando le avisaron que era preciso embarcarse, porque estaba la fragata lista para darse á la vela. Esta noticia, que no le sorprendió lo más mínimo, acabó de anonadar á su madre y sacó, por un instante, de su habitual atolondramiento á tío Nardo.
Inmediatamente que se vió en su casa, se sienta, deshace el nudo que tenia la esquina de un pañuelo, saca cuatro napoleones que habia envueltos allí, y se los mete en el bolsillo exclamando: mucha más falta me hacen á mí que al señor Alfonso de Lamartine. Con estos veinte francos, haré un vestido nuevo á mi hijo Vicente.
La forastera es un relámpago que les habla de la tempestad de acontecimientos y de poesía que brama en las inmensidades del siglo; y ellos, los Napoleones encerrados en una Santa Elena previa, ven á su luz fosfórica surgir en el desierto océano de su vida todas las Atlántidas del deseo.
Palabra del Dia
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