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Actualizado: 27 de junio de 2025


Morsamor pudo entonces asir de la barba al muerto Brahmatma y arrastrarle hasta la ventana principal del edificio.

Cuando Morsamor le abría su corazón a Tiburcio y le confiaba parte de sus pesares, Tiburcio, con el propósito de despojar de gravedad el asunto, le decía burlando: En verdad que tiene sus contras el poseer tan gentiles enamoradas y tan famosas amigas como la mía y la tuya. Debemos, con todo, conformarnos y hasta convertir el inconveniente en estímulo. Voy a explicarme mejor.

Morsamor había enviado esculcas y puesto atalayas, que debían renovarse con frecuencia y vigilar de continuo para avisar la llegada de cualquier enemigo y evitar una sorpresa.

De donde se infiere que hasta el diablo es útil y dista mucho de estar de sobra. A pesar de sus melancolías, Morsamor no pudo menos de reírse de las extravagantes opiniones de su doncel.

De ellos, y de su propio estudio, había aprendido Morsamor, y algo se le alcanzaba del uso del astrolabio, del cuadrante, de la brújula y de otros instrumentos y de la manera de marcar el punto en que un barco se halla.

Al escribir la historia de Morsamor, nosotros haríamos célebre esta gruta, aunque ya no lo fuese, pero nos ahorra el trabajo de darle celebridad la que ya tiene desde antiguo por la circunstancia de haber imitado a Morsamor, sin saberlo, el glorioso poeta Luís de Camoens, que, pocos años después, solía ir allí a meditar y a entregarse a los más poéticos soliloquios.

Aunque movido Morsamor de sentimientos contrarios, coincidía con el gobernador en hallar difícil y enojosa su posición en Goa, ansiando salir de allí en busca de aventuras, con toda independencia de Portugal y campando por su respeto.

No hubo modo de despertarle, y permaneció traspuesto cerca de veinticuatro horas. Cuando Morsamor volvió a su acuerdo, la nave estaba en alta mar, lejos de Melinda, y navegando con viento favorable hacia las distantes playas de Malabar.

La hueste de Morsamor buscó la mayor obscuridad, bajo las copas de algunos corpulentos árboles, para recatarse de los que pudieran estar vigilando y no ser vista ni sentida hasta que a una señal, que aguardaba con impaciencia, pudiese caer sobre los enemigos descuidados. No llevaba la hueste de Morsamor armas de fuego, poco usadas y nada portátiles todavía.

Morsamor, persistiendo en su propósito, no dejó de tomar veinte hermosos caballos ricamente enjaezados, para llevárselos de presente a don Duarte, cuando se presentase ante él en Goa, como pensaba hacerlo, con la noticia de aquel triunfo.

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