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Actualizado: 23 de mayo de 2025
En cuanto al señor de Areche, refieren que volvió cogitabundo a ocupar su puesto en la mesa de tresillo, que en toda la santa noche no hizo jugada en regla, y que, por primera vez en su vida, cometió dos renuncios, prueba clara de la preocupación de su ánimo. ¡Qué demonche! Yo no soy maldiciente, pero en la historia hay hechos que lo sacan a uno de quicio.
Nada, durante los dos o tres meses que se siguieron pudo notar la persona más lince ni propalar la más maldiciente, que en la conducta de Rafaela contradijese los propósitos expresados por ella en su coloquio con el Vizconde. Se diría, por el contrario, que ella se extremaba en realizarlos. Sus mimos, sus cuidados hacia D. Joaquín eran incesantes.
El que está á su lado es un ratero, un traidor, tal vez un asesino; él es el misionero del alma, el apóstol de la verdad, el astro de la vida, el cáliz de la revelacion; un cáliz donde se custodia una chispa del pensamiento providencial que mide y gobierna el universo: el que está á su lado es un maldiciente, un perjuro, un espía; él es el sacerdocio del porvenir; un siglo grande que no cabe en su siglo; un pueblo muy grande que no cabe en su pueblo; la ley de los hombres que no cabe en la ley de un hombre; él es la victoria que se inmola para hacer bien al hijo de su propio sacrificador.
Más de veinte años hacía que Fuentes venía alegrando las comidas y los saraos de la capital, desempeñando en ellos el papel de primer actor cómico. Algunos de sus chistes habían llegado a ser proverbiales; repetíanse no sólo en los salones sino en las mesas de los cafés, y hasta llegaban a las provincias. Contra lo que suele suceder en esta clase de hombres no era maldiciente.
De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro.
Jacques, por íntima complexión bondadoso, reía a más no poder de la gárrula charla de Gustavo y de su pintura por el método de las gesticulaciones, mas lo que no le perdonaba fácilmente era el desorden de su vida, que entera se deslizaba en cafés y cervecerías, y aun más lo disgustaba el perverso espíritu de envidia, la hostilidad maldiciente con que denigraba a todo lo que valía más que él.
Aburrido, y no dándose cuenta aún de la causa del abandono en que le dejaba la dueña de la casa, se instaló en un sillón, é inmediatamente oyó que hablaban á sus espaldas. No eran las dos señoras de poco antes. Un hombre y una mujer sentados en un diván murmuraban lo mismo que la otra pareja maldiciente, como si todos en aquella fiesta no pudieran hacer otra cosa apenas formaban grupo aparte.
Palabra del Dia
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