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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Justificado así el trabajo que en discurrir iba a tomarse, el Condesito discurrió lo que en resumen vamos a exponer. Las desconocidas eran sevillanas. No podían ser malagueñas, como presumió aquel ignorante. Confundir a una sevillana con una malagueña es un error tan craso en un galanteador andaluz, que debe saber de mujeres, como en un cazador confundir una codorniz con una tórtola.

Pocos minutos pudo disfrutar de su apoyo la malagueña. Cuando una sonrisa de triunfo plegaba ya sus labios y a paso lento y majestuoso iba dando su apetecida vuelta por los salones, se encontró repentinamente frente a Clementina.

Si sabes de alguna persona a quien yo deseara más ver en el baile que a ti, dilo.... Pero mi mujer y mi hija me sacarían los ojos, ¿sabes? ¿Y qué tengo yo que ver con tu mujer y tu hija? preguntó la irascible malagueña . eres el amo. Yo quiero una invitación y la tendré. Quedamos, pues, en que mañana me la traerás.... Dispensa, chiquita....

¡Esa mujer está ahí!... dijo aquélla con voz alterada, los ojos relampagueantes de ira. ¡Es un escándalo! manifestó Osorio. Algunas personas ya se han ido, y en cuanto se enteren, se irán todas apuntó con más sosiego Calderón. ¿Qué mujer está ahí? preguntó el duque abriendo mucho sus ojos saltones. ¡Esa mujer!... esa Amparo la malagueña replicó su hija buscando el tono más despreciativo.

La malagueña llamó al duque tío lipendi, gorrino, y concluyó por arrojarle del gabinete. Pero aquél no hizo maldito el caso, antes enfurecido la faltó abiertamente al respeto, empleando en su obsequio algunos epítetos expresivos de su exclusiva invención y otros recogidos con cuidado de su larga experiencia. Por último, quiso dejar sentado de un modo incontrovertible que allí era el amo.

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