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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Nada me parecía más razonable que lo que allí se afirma. Todavía, en tiempo del autor, los poetas, los filósofos, los que componían historias, todos los escritores, en suma, contaban poco con el vulgo, y esperaban o gozaban remuneración por sus trabajos de algún magnate, monarca, tirano o señor espléndido, que los protegía.
Era, en efecto, la página más penosa del libro de la buena educación, aquella en que se advierte que es preciso hacerse agradable a las personas con quienes se habla, interesándose por sus negocios. A Gonzalo y Cecilia los miró un instante fríamente; pero no les hizo pregunta alguna. Cumplida tan ímproba tarea, el magnate volvió a caer en el eterno monólogo.
El inocente animal, que sólo estaba herido en una pierna, corrió a esconderse en la maleza. Tal fué la indignación del magnate que, montando la escopeta, hizo fuego sobre el perro; mas éste, viendo la actitud agresiva del cazador, se había alejado rápidamente y no le tocó un solo perdigón. El Duque, encolerizado, furioso, le siguió para matarle, pero no logró darle alcance.
En realidad, si ella se vestía para el Duque, éste se vestía también para ella. Vagamente primero, con más precisión después, la hija menor de don Rosendo pensaba que la amistad del magnate podía aprovecharse, no sólo para aumentar la influencia política de su padre en la población, sino también para dar lustre y brillo a la familia.
Tres cartas de recomendación le precedían, pidiendo el magnate inglés al Duque de Bouillon, á M. de Sancy y á M. Beavois le Noele, Embajador que había sido de Francia en Londres, que le ampararan y favorecieran. «Pues el Rey le ha llamado, escribía, es cuestión de honra de S. M. que quede satisfecho del recibimiento que se le haga; que no sólo se cuide de ponerle á cubierto de las asechanzas del enemigo, sino que encuentre apoyo en el arreglo de sus negocios; situación correspondiente á sus cualidades y méritos; empleo donde ejercite las facultades de hombre especulativo y su gran habilidad en la política.
Y en efecto, difícil hubiera sido figurárselo detrás de un mostrador, midiendo seda en un almacén o desempeñando otra profesión cualquiera que no fuese la de diplomático o la de soldado, que son, al fin, oficios de magnate.
Palabra del Dia
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