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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Si la trataban con rigor, malo; si con mimos, peor. Ya mujer, pasaba sin transición de las inquietudes epilépticas a una languidez mortecina. Sus melancolías intensas aburrían a las pobres mujeres tanto como sus excitaciones, determinantes de una gran actividad muscular y mental.

De tiempo en tiempo, el rumor de un eco en el interior de la selva, y luego de nuevo la paz callada extendiendo su imperio sobre todo lo creado... La suave y deliciosa quietud dura poco; un ejército invisible avanza en silencio, y un instante después se sienten picaduras intensas en las manos, la cara, en el cuerpo mismo al través de las ropas.

Feliz con sentir el traje de Amparo rozando con sus piernas, echándole de vez en cuando miradas intensas de apasionado deseo, acudiendo a servirla con solicitud de esclavo medroso, se apretaba a veces más de la cuenta contra su ídolo, acometido de rabiosa pasión. Cuando esto sucedía, el ídolo le arrimaba por debajo de la mesa crueles taconazos y pellizcos que le volvían a la razón.

Dirigió a Josefina en voz baja dos o tres palabras que, según el movimiento con que las acompañó, debían ser: «¿Qué tal esto?». Y la de García alzó los hombros de un modo imperceptible, que claramente significaba: «Psh.... Un dramón muy cursi y muy populachero». Definida así la situación, Baltasar tomó familiarmente el abanico de la joven, y mientras lo cerraba y abría y le daba vueltas como para informarse bien del paisaje, se entabló una de esas conversaciones íntimas, salpicadas de coqueterías, de reticencias, de miradas intensas y cortas, de ahogadas risas, diálogos en que reina dulce abandono, que no serían posibles mano a mano y en la soledad, y nunca se producen mejor que entre el tumulto de un sitio público, ante miles de testigos, en el desierto de las multitudes.

En ella las impresiones son tan fugaces como intensas. Está emocionada por el espectáculo. Un poco más, y rompe a llorar... Pero vámonos de aquí; estamos molestando. Don Carmelo, el de la comisaría, que está al lado del abate para ayudarle, nos ha mirado varias veces. Las respetables matronas levantan la cabeza, y yo debo velar por mi reputación. No quiero que digan que Maltranita es un impío.

Hacia el palacio de Quiñones enderezó, pues, sus menudos y graciosos pasos. Era la hora del oscurecer. Halló a la señora sentada en su gabinete, sin luz, entregada sin duda a una de esas intensas y dolorosas meditaciones que desde hacía algún tiempo la embargaban.

Palabra del Dia

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