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Actualizado: 9 de julio de 2025


Muy pronto se establecieron diferentes sectas: belarminianos y antibelarminianos; entre los belarminianos había disidencia: unos sostenían que Belarmino estaba loco, y otros que cuerdo; los partidarios de la cordura divergían en estimar si el lenguaje belarminiano era o no descifrable; por último, los que se inclinaban por la presunta inteligibilidad de los discursos de Belarmino, disentían en lo tocante al fondo de dichos discursos: quiénes afirmaban que, una vez vertidos al castellano, resultarían curiosos e interesantes; quiénes que, de seguro, se trataba de boberías sin interés, y que lo único curioso era la forma de expresión.

Y cuando al oír un ligero silbido de mis labios, ambos acudieron desde lejos dando brincos y vinieron a rozar suavemente mi cuello con sus hocicos, esperando una caricia, mi corazón se dilató: me sentía orgullosa de que hubiera en la tierra criaturas, aunque privadas de razón, que se inclinaban ante mi poder y me eran sumisas por afecto, y alcé hacia Roberto una mirada triunfante: ahora él debía saber quién era yo y qué pretendía.

¡Antonio!... ¡Antonio! Se inclinaban sobre él para hablarle al oído, como si durmiese; pero Antonio no escuchaba. Uno de sus ojos permanecía oculto en la tierra del paseo; una piedrecita había saltado sobre los párpados del otro. Todo un lado de su uniforme estaba blanco de polvo. El feroz ronquido era lo único que respondía á los cariñosos llamamientos.

El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer.

Eran semejantes á las rameras de los grandes puertos que esperan á la puerta de sus tugurios. ¿Cómo las dejaban vivir allí?... Sin embargo, los hombres se inclinaban ante ellas como esclavos ó las perseguían suplicantes.

Estos bosques surgían como manchas de vida allí donde el encuentro de las corrientes superficiales hacía llover un maná de diminutos cadáveres. Las plantas retorcidas y calcáreas, duras como la piedra, no eran plantas: eran animales. Sus hojas, tentáculos inertes y traidores, se encogían de pronto. Sus flores, bocas ávidas, se inclinaban sobre la presa, sorbiéndola por sus ventosas glotonas.

Palabra del Dia

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