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Actualizado: 24 de junio de 2025
A un gesto de la mujer, Ramiro, quitándose la gorra, introdujo la cabeza, y miró hacia la estancia contigua. ¡Pareciole soñar! Era un cuarto de abluciones, lleno de paz secreta y somnífera. La luz sólo entraba por algunos agujeros de la bóveda, a través de gruesos cristales en forma de estrellas que imitaban el color del carbunclo, del zafiro, del topacio, del berilo.
Era un columpio de madera, como los que se ofrecen al público madrileño en la romería de San Isidro, aunque más elegante y fabricado con esmero; en uno de los asientos, que imitaban la barquilla de un globo, en cuclillas, sonriente y pálido, don Saturnino Bermúdez, como a una vara del suelo inmóvil, hacía la figura más ridícula del mundo, con plena conciencia de ello, y más ridículo por sus conatos de disimularlo, procurando dar a su situación unos aires de tolerable, que no podía tener.
La mayor parte de los allí congregados, habían vivido en Madrid algún tiempo y todavía imitaban costumbres, modales y gestos que habían observado allá.
Unas chozas recordaban el rancho americano; otras, cónicas y prolongadas, imitaban al gurbi de África. Muchos de los soldados procedían de las colonias; algunos habían vivido como negociantes en países del nuevo mundo, y al tener que improvisar una casa más estable que la tienda de lona, apelaban á sus recuerdos, imitando la arquitectura de las tribus con las que estuvieron en contacto.
Después del asado desaparecieron los camareros, y todas las luces se apagaron de golpe. Esta obscuridad absoluta provocó, luego de un silencio de sorpresa, gritos y silbidos. Los malintencionados imitaban en las tinieblas chasquidos de besos; otros lanzaron bramidos de animales. Pero el estruendo fue de corta duración.
No faltaron tampoco, durante este período, nuevas composiciones teatrales, que, por lo menos, en cuanto á su forma exterior, imitaban á las antiguas populares.
El infierno, aquella verdad tremenda, sublime en su mal sin término». «Tú vencerás, Dios mío, tú vencerás exclamó en voz alta, hablando con las nubecillas rosadas que imitaban en el cielo las olas del mar en calma».
Los niños jugaban en el parque mientras la señora de Bray iba y venía por el paseo que conducía al bosque vigilándolos de cerca. Se perseguían a través de las espesuras, con gritos que imitaban los de quiméricos animales y los más a propósito para asustarlos.
«Imitad a los clásicos se dice a los jóvenes no intentéis innovar.» ¡Y esto es contradictorio! La buena imitación de los clásicos consiste en apartar los ojos de sus obras y ponerlos en lo porvenir; ellos lo hicieron así. No imitaban a sus antecesores: innovaban. De los que fueron fieles a la tradición, ¿quién se acuerda? Su obra es vulgar y anodina; es una repetición del arquetipo ya creado...
Las tres jóvenes que sentadas en sillas seguían la fila, eran sus hijas, muy semejantes a ella en el tipo físico, si bien no la imitaban en la movilidad: rígidas y silenciosas, los ojos bajos, con modestia y compostura tan afectadas, que pronto se echaba de ver el régimen severo a que las tenía sometidas su viva y nerviosa mamá.
Palabra del Dia
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