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Actualizado: 14 de noviembre de 2025
También la literatura manifestó siempre tendencias bastante pronunciadas en este sentido, y es cosa proverbial, sobre todo en las provincias, que nuestros literatos no se lavan sino cuando llueve: hay hortera a quien se le saltan las lágrimas de entusiasmo contando alguna gran asquerosidad de Carlos Rubio, o la manera de vivir de Marcos Zapata, por más que respecto a este último, como amigo suyo que soy, puedo declarar que hay exageración.
Había empezado el padre por la más humilde jerarquía comercial, y a fuerza de trabajo, constancia y orden, el hortera de 1796 tenía, por los años del 10 al 15, uno de los más reputados establecimientos de la Corte en pañería nacional y extranjera.
Aquel día fue menos puntual que de costumbre, y mientras almorzaba, todo aquel regocijo con que despertara se desvaneció, porque Paquito le leyó unos papeles clandestinos que corrían por Madrid, amenazando a la Reina y asegurando la proximidad de su caída. «Si me vuelves a traer aquí esas asquerosidades dijo Thiers bufando de ira , te quito de la Universidad y te pongo de hortera en una tienda de la calle de Toledo».
Barbarita examinaba las cajas y sus marcas, las regateaba, olía el tabaco, escogía lo que le parecía mejor y pagaba muy bien. Siempre tenía D. Baldomero un surtido tan variado como excelente, y el buen señor conservaba, entre ciertos hábitos tenaces del antiguo hortera, el de reservar los cigarros mejores para los domingos. Guillermina, virgen y fundadora i
Formaban una original pareja el hortera endomingado y aquella muchacha, que por estar cerca su casa iba de trapillo, sin perder por esto el aire de distinción adquirido en la niñez y llevando su cesta con la desenvoltura de una colegiala que comete una travesura.
Así se explica aquel entrar y salir en los comercios, aquel reír por cualquier cosa, aquel encontrar gracia en cada frase de un hortera, en la diablura de un estudiante que mete la cabeza por un escaparate abierto. Todo es movimiento, risa, algazara. Ana creía ver en cada rostro la llama de la poesía.
Los carruajes pasaban dando tumbos mortales, y los jinetes sacando chispas del empedrado, al caracolear de la escarceadora caballería. De trecho en trecho, un mozo de cordel, un artesano o algún hortera, pasaditos del fuerte, dando mayatazos. Ni una nube en el cielo.
Palabra del Dia
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