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La desolación que causó a las dignas señoras de Porreño aquel suceso, no se expresa con las frías palabras de la historia.

Creía que la marquesa quería llevar las cosas por el terreno de las explicaciones frías antes de entregarse a las expansiones del sentimiento.

Así como Parini, Alfieri, Monti, Fóscolo y Pindemonte nada deben á la imitación francesa, los poetas de las escuelas de Sevilla y Salamanca, ambos Moratines en lo lírico y épico, Quintana, Gallego y el duque de Frías nada le deben tampoco.

Pasaba de un grupo a otro: de los «pingüinos» a las «potencias hostiles»; pero no se puede dar gusto a todos a la vez. Ahora, con las «potencias», el saludo nada más; frías y corteses relaciones de diplomacia. La última vez que me acerqué al grupo, la chilena «cuello de cisne» me dijo con una sonrisa de cuchillo: «¿A qué viene usted aquí, patero?

Las diferentes regiones pueden dividirse en cuatro zonas: las tierras calientes o bajas; las tierras templadas; las tierras frías, o sea la meseta fértil de Quito; y las tierras nevadas, que comprenden los Andes coronados de nieve.

La corrompió para unirla a su suerte; después, cuando el desencanto llegó, las frías lecciones de la realidad le hicieron ver que se había equivocado, que a su hermosa discípula la faltaba algo y la faltaría siempre para llegar a verdadera estrella.... le faltaba la voz y la flexibilidad suficiente de garganta.

El muchacho era de la misma opinión de su tío. ¡Perder las pescas del invierno, las mañanas frías de sol, el espectáculo de los grandes temporales, por el fútil motivo de que el Instituto había comenzado sus cursos y él debía estudiar el bachillerato!... Al año siguiente, doña Cristina quiso evitar que el Tritón raptase á su hijo.

Acogió con una risa infantil la ovación burlesca del público y fue a sentarse en la escalerilla de la piscina como en lo alto de una cátedra. «El deber es el deber parecía decir con las frías miradas en torno suyo . La disciplina es la base de la sociedad; y hay que amoldarse a lo que pidan los más

Comenzaba a susurrarse entre los íntimos de la dama algo sobre estos sus nuevos y extravagantes amores, adelantándolos, por supuesto, mucho más de lo que en realidad estaban. Una noche de comida y tresillo, decía Pepa Frías a tres o cuatro elegantes salvajes que estaban en torno suyo discutiendo el asunto: Desengáñense ustedes.

Fue en vano buscarla: una negra vieja, inmunda, casi desnuda, que me parecía esperar ansiosa la noche para enorquetársele al palo de escoba, tuvo compasión de y me llevó a un cuarto... ¡Qué cuarto aquél! La única ventana daba a un pantano pestífero; la cerré. La cama tenía esas sábanas crudas, frías, húmedas, que dan un asco supremo.