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Actualizado: 12 de junio de 2025
Se parecen mucho, sí, las obras de la fuerza a las de la paciencia. Hombres negros, que parecían el carbón humanado, se reunían en torno a los objetos de fuego que salían de las fraguas, y cogiéndolos con aquella prolongación incandescente de los dedos a quien llaman tenazas, los trabajaban. ¡Extraña escultura la que tiene por genio al fuego y por cincel al martillo!
Así, esa ciudad, que trabaja en la superficie como en el seno oscuro de su rico suelo, es hoy esencialmente fabricante, y el viajero curioso no puede ver á sus laboriosos habitantes, sus viejas, tristes y tortuosas calles y sus interesantes monumentos, sino al traves del humo y el polvo de carbon que despiden constantemente las chimeneas de sus numerosas fábricas y fraguas.
Vestía con más esmero, y los que estaban habituados á verle en los talleres con boina y zapatos de suela de cáñamo, sin preocuparse del polvo del carbón ni de las chispas del acero, se inquietaban ahora cariñosamente por los trajes nuevos y los sombreros flamantes adquiridos en Bilbao, que paseaba con su antiguo descuido entre las fraguas chisporroteantes y las nubes negras de los cargaderos.
Las bocas de las minas vomitaban cada día más carbón, las fraguas despedían más humo, la locomotora dejaba más escorias á su paso al través de los campos. Pero lo más negro de todo lo negro que había en Laviana era Plutón. Aquel hombre ya no era hombre, sino un pedazo de carbón con brazos y piernas.
Fuerte, como el tamarao de las selvas malayas, como el caimán enorme que custodia sus playas, cual las eternas fráguas del Apo y del Taal. Escala cubiertas cumbres, conquista hondos abismos, jamás sucumbe en lucha contra los despotismos del extraño poder. Se lanza cantando himnos a la tumba enemiga, el ideal por gladio y por triple loriga la gloria de su patria, el honor y el deber.
Muchos de mis lectores se acordarán, como yo me acuerdo, de su negro y desigual pavimento, de sus edificios que se reducían á cuatro ó cinco fraguas mezquinas y algunas desvencijadas barracas que servían de depósitos de alquitrán y brea; de sus montones de escombros, anclotes, mástiles, maderas de todas especies y jarcia vieja; y, por último, de los seres que respiraban constantemente su atmósfera pegajosa y denegrida siempre con el humo de las carenas.
Esas familias casi no conocen el sabor de la carne; su alimento consiste principalmente en habas y judias, y Granada les compra los frutos rosados de millares de cactus. Por último, las numerosas fraguas subterráneas de aquella raza de albéitares y estañadores, me hacían imaginar que visitaba el reino de Vulcano en caricatura. Pero no se crea que los Gitanos aman mucho sus cuevas.
Palabra del Dia
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