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Actualizado: 24 de julio de 2025


Puesto el tesoro en el flamante portamonedas, siguió viendo cosas, y a cada instante emigraban de él las pesetas y los duros, ya para tomar algo de perfumería, ya para horquillas, ¡de que tenía tanta falta!, bien para una peina modesta, bien para papel de cartas, con su elegante timbre de iniciales.

La de verme solo en los ámbitos enmudecidos y yertos de la casona, alcázar de mi flamante y patriarcal señorío, en el pobre terruño de «mis mayores». Todo me resultaba ancho, todo me sobraba allí y todo se me venía encima, como si estuviera edificado en el aire, desde que se había vuelto a sus hogares la familia del viejo Marmitón.

No sólo yo, todos los demás comensales nos aplicamos a escudriñar, descarados, en nuestro flamante sacerdote, como cumpliendo una obligación. El resistía con indiferencia la curiosidad ambiente. A los toreros, a los cómicos y a los curas no les desazona la curiosidad ni les desconcierta la mirada fija, como habituados a ser foco de la atención en el ruedo, la escena y el púlpito.

En todas partes el sombrero flamante y reluciente de Patiño se agitaba en el aire declarando la ardiente y respetuosa pasión de su dueño. Estrechaba después el cerco intimando en la casa, trayendo confites a los niños, comprándoles juguetes y libros de estampas, llevándoles alguna vez a almorzar. Se hacía querer de los criados con regalos oportunos.

Vestía un uniforme flamante, del nuevo color azul grisáceo, color de «horizonte», adoptado por el ejército francés. El barboquejo del kepis era dorado y en las mangas llevaba un pequeño retazo de oro. Su sonrisa, sus manos tendidas, la seguridad con que avanzaba hacia ella, le hicieron reconocerle. ¡René oficial!... ¡Su novio subteniente! ; ya no puedo más... Ya he oído bastante.

Su siempre viva imaginación veía las monedas que había tenido, la media onza, la pieza de a cuatro, los tres duros algo anticuados y por lo mismo más valiosos. ¿En dónde estaban? Poco a poco fue recordando que la primera había caído en tal tienda, la segunda más allá, y que a ocupar su lugar venían pesetas gastadas y algún duro flamante que parecía de lata.

Mirbeau siente odio hacia aquella quietud que encorvó la espalda de sus predecesores y su verbo, á ratos impetuoso y flamante como el de Hugo, excita á los vastos combates, desdeña á los hipócritas, maldice de los rutinarismos sociales y descubre á los vencidos y á los débiles el fuego santo de las rebeliones.

Desde luego advierto al lector que esta fecha no viene aquí con la pretensión de figurar entre las muy justamente célebres que guardan los fastos españoles, ni pertenece siquiera al catálogo de esas otras de flamante cuño que, no mereciendo, por ningún estilo, que la imparcial severa Historia las registre en sus páginas, andan indocumentadas pidiendo hospitalidad de puerta en puerta y rebotando de periódico en periódico, á manera de proyectil elástico.

Palabra del Dia

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