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Actualizado: 16 de junio de 2025


Rafaela, además del testamento, había dejado instrucciones hasta sobre su entierro y sepultura, que el Barón y el Vizconde religiosamente cumplieron. El entierro fue modesto, como la señora de Figueredo lo había determinado. La enterraron en el cementerio del Père Lachaise.

La amistad que me inspira Joaquín Figueredo, mi gratitud hacia él, la estimación que le tengo, al ver en él un conjunto de nobles prendas, oculto y sepultado antes bajo las ruines condiciones de su sórdida existencia primera, y que yo he descubierto después, así para como para la generalidad de los hombres, todo esto no ha podido vencer la inclinación viciosa de mi naturaleza, la vehemencia de mis pasiones y la licencia y el desenfreno en que me he criado.

Tal vez en la misma noche en que Arturito y el gaucho reñían un duelo a muerte, ella con el inglesito se había olvidado de todo. El puño del bastón, con su monstruosa y semi-humana figura, de repente se trocó en un espectro para ella; en un espectro que acudía a atormentarla con burlas espantosas. La señora de Figueredo, con todo, no se ahogaba en poca agua ni se asustaba por cualquier niñería.

Solían verificarse tales controversias después de la comida, cuando Pedro Lobo estaba convidado a comer en casa de los Sres. de Figueredo.

En prueba de esto, si él tenía por apellido Figueredo, ella, a pesar de lo nebuloso y recóndito de su origen, había llegado a averiguar, por claros y evidentes indicios, que su estirpe, prosapia, abolengo y apellido era Benjumea, que equivale a Ben Humeya, apellido de los califas de Córdoba, estropeado y mal pronunciado por los ignorantes.

El cocinero de los Sres. de Figueredo era cosmopolita en su arte, poseyendo el de la clásica cocina francesa y lo más selecto de la antigua y hoy degenerada cocina española. Se pintaba solo además para confeccionar guisos y acepipes a la brasileña, y para preparar ciertas legumbres del país, como palmito y quinbombó, haciendo deliciosos quitutes, según en Río de Janeiro se llaman.

De las frecuentes expediciones a la Tejuca, ya volvíamos a altas horas de la noche, formando alegre cabalgata, ya volvíamos al rayar el alba. No se crea con todo, que las expediciones a la Tejuca eran el mayor encanto que Río tenía para nosotros. Había otro encanto mucho mayor, la casa de la Sra. de Figueredo, centro brillantísimo de la high life fluminense.

Pasado este incidente, advertido sólo por el vizconde de Goivoformoso y por los tres actores principales, empezó y transcurrió una época brillantísima para el hotel de los señores de Figueredo y famosa en los anales de la high life fluminense. Banquetes, animadas tertulias, bailes, lucidas cabalgatas y hasta giras de campo se sucedían con corta interrupción.

Rafaela era además tan mona, tan insinuante y tan dulce, que el Sr. de Figueredo, a pesar de lo arisco e invulnerable que había sido toda su vida, que por entonces contaba ya sesenta y cinco años de duración, se sintió muy propenso a favorecer a la muchacha en cuanto estuviera a su alcance.

En suma, D. Joaquín hizo saber a todos sus amigos que descendía nada menos que del heroico trovador Güesto Ansures, el cual machucó a un enjambre de moros con un ramo de higuera, por donde tomó el apellido de Figueredo, que D. Joaquín todavía llevaba.

Palabra del Dia

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