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No era tampoco un Lovelace, un don Juan ni un Richelieu, brillantes mariposas que revolotean de flor en flor, incapaces de un cariño sincero, únicamente cuidadosos de enredar en las guías de su bigote los corazones femeninos y para quienes Amor es sinónimo de Amor propio.

Encima de una mesa lateral había una hermosa fotografía del pobre Burton Blair colocada en un pesado marco de plata, y en una esquina su hija había prendido un moñito de crespón como homenaje a la memoria del muerto. La gran casa estaba llena de esos delicados rasgos femeninos que revelaban la dulce simpatía de su carácter y la plácida tranquilidad de su vida.

Nacimientos masculinos comparados con los femeninos. En Rusia 108-91 En Francia 106-55 En Suecia 104-62 Segun esto, siendo el término medio en Europa de 106-00, es considerablemente mayor que el resultante en la planilla que acabo de presentar.

El no era jugador, y sólo su interés por algunas mujeres le había hecho pasar las noches en esta sociedad elegante, que, como muchas de su clase, no era mas que un garito. Los salones resultaban pequeños después de media noche; se caminaba pisando colas de vestidos femeninos; había que valerse de hábiles deslizamientos para pasar entre los grupos.

Era teniente cuando en la Piedad, allá por 18..., un asturiano llamado José Cañete y Puertas, hombre ahorrativo y económico, amigo de las monedas como un judío, y más deseoso de hacer fortuna que de llegar a conquistar fama de santo y verse un día adorado en pintarrajeada efigie por creyentes masculinos y femeninos.

Al mismo tiempo, las aventuras galantes que los domingos solían correr les infundían la audacia y habilidad indispensables para apoderarse de los corazones femeninos. En este punto llevaban inmensa ventaja al piadoso Godofredo, que era todo candor, y que al acercarse a cualquier mujer se arrebolaba como una nube herida por el sol.

La barandilla, desdorada por la mano nerviosa de antiguos galanes, dividía en dos partes el estrado, y, sobre la encorchada tarima, almohadas polvorientas conservaban aún la presión de cuerpos femeninos. Un residuo ilusorio de remotos galanteos parecía perdurar a manera de viejo perfume o como un polvo de ramilletes en los cofrecillos de las ancianas. ¡Cosas fenecidas!