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Actualizado: 20 de junio de 2025
Y no se veía otra cosa. Por la dirección de la luz y otras señales bien fáciles de estimar, di por seguro que aquella fachada de la casa miraba al Sur, y que por el lastral que bajaba a mi izquierda, es decir, al Este, entre la pared del huerto y el monte de aquel lado desde un alto desfiladero que se veía algo lejano, había venido yo la noche antes.
No era aquella casita la casita alegre y risueña que me vió nacer, que albergó mi niñez y que me vió salir de allí bañado en lágrimas. ¡La casa de mis padres era ajena! ¿Quiénes la habitaban? Acaso quien no era capaz de amarla y de estimar sus bellezas.
¡Sin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha orden de la caballería.
No quise estimar con la imaginación las dificultades que podían aguardarme en aquella empresa que acometía por mi propia y libérrima voluntad; y sin decir otra palabra, me puse en seguimiento del espolique.
Registrando un estante arrumbado me encontré varios documentos, cartas del abuelito y una copia de su testamento. En ellos leí la historia de mi tío, y pude estimar el alma nobilísima del testador, generosa y desinteresada como pocas. ¡Y vaya si el anciano militar era bueno! ¡Y vaya si era inteligente! ¡Qué cartas tan bien escritas!
Desde anoche mismo; desde que oí al pobre don Adrián. La compasión que por él sentí y ¿a qué negarlo? lo que de él aprendí oyéndole, me despejaron mucho los nublados de mi cabeza, y pude así ver y estimar las cosas con mayor serenidad.
No, ¡canástoles! aquello allá estaba de por sí, más adentro o más afuera; pero allá estaba... No tenía duda: para estimar una estatua en todo su merecido valor, había que verla colocada en su pedestal. ¡Canástoles, canástoles, si daba que rumiar el caso, para un hombre de los planes y de las ideas que él tenía en el meollo!
Todas esas mujeres son como estatuas, á juzgar por su exterior. Feliz el viajero que, sabiendo estimar su propia dignidad y toda la santidad y el espiritualismo del amor, desdeña á esas mujeres, mercancías que se venden públicamente al mejor postor, sin pensar en el hospital que las aguarda para el tiempo de la miseria, la fealdad y el remordimiento!
Pasando ahora de las letras á la ciencia, empezaré por decir que no me incumbe estimar aquí y tasar en su valor la de los árabes; pero sí procuraré, aunque sea compendiosa y someramente, hacer tres importantes afirmaciones.
El aparato que se emplea para estimar la velocidad de las naves, llamado por los marineros españoles Corredera, no se generalizó hasta los fines del siglo XVII, aunque antes se hubieran ensayado diversos mecanismos.
Palabra del Dia
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