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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Un largo anteojo montado ante la puerta sobre un trípode enorgullecía á los socios. Les bastaba á los tíos de Ulises aplicar una ceja al ocular para decir al momento la clase y la nacionalidad del buque que se deslizaba por la lejana línea del horizonte.

Vestido enorgullecía a las modistas; desnudo o a medio vestir, cuando andaba por aquella casa tendiendo ropa en el balcón, limpiando los muebles o cargando los colchones cual si fueran cojines, para sacarlos al aire, parecía una figura de otros tiempos; al menos, así lo pensaba Rubín, que sólo había visto belleza semejante en pinturas de amazonas o cosa tal.

Ahora que presiento una desventura, veo que es pecado lo que yo no creía que lo fuese. Yo misma me examino, me juzgo y me condeno. Mira, Paco: yo he creído que un hombre me amaba, y, aunque no pagaba su amor, me complacía y me enorgullecía de que me amase. Su amor estaba de tal suerte refrenado por el respeto, que jamás se mostró en palabras. Yo le adivinaba; no le veía.

La devota doña Elvira se enorgullecía de los títulos nobiliarios del hermano, pero despreciaba al hombre por sus calaveradas, que daban triste celebridad al noble apellido de Torreroel. El señor Fermín, influido por sus antiguos respetos a las jerarquías históricas, admiraba a aquel noble y alegre vividor.

Tan triste suerte, tan vil paradero ha tocado á ilustres fundaciones con que Sevilla se enorgullecía; y toda la diligencia de historiadores y cronistas para dar vida á alguno de sus monumentos, perdidos hoy, ha resultado insuficiente, cuando no esteril por completo, pues, la destrucción inexorable no ha consentido que permanezcan, ni aun leves vestigios de aquellas glorias del arte ó de la historia.

Se enorgullecía con las certezas de la ciencia, y sonreía ante las promesas de las religiones; examinaba los piadosos engaños y las verdades demostradas.

Ya no brillaba en el dormitorio con el esplendor del oro aquella cama que enorgullecía a Feli y había presenciado las mayores alegrías de la pareja. Dormían en el suelo, en un colchón, y pretendían demostrarse que así estaban mejor, siendo tan calurosa aquella época del año. El tintero, regalo de Feli, también había desaparecido. Su venta les proporcionó una cena, después de un largo día de ayuno.

La mujer de Zarandilla puso la mesa, ayudada por las jóvenes serranas, que habían adquirido cierto aplomo al verse en las habitaciones del amo. Además, el señorito, con una franqueza que las enorgullecía, haciéndolas subir a la cara oleadas de sangre, iba de una a otra con la botella y la batea de cañas, obligándolas a que bebiesen.

Hízose mi cavaliere servente, y yo me deleitaba y hasta me enorgullecía de que me acompañara y me sirviera.

La niña del vestido azul nos seguía de lejos, para acompañarlo a la vuelta, pero él no la veía, se enorgullecía de marchar de mi brazo como un hombre. Mamette, radiante, observaba todo esto desde el quicio de la puerta, y al contemplarnos, movía graciosamente la cabeza como si nos dijese: «Todavía puede andar mi marido, a pesar de los años que tieneEl señor subprefecto ha salido de expedición.

Palabra del Dia

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