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Actualizado: 22 de junio de 2025


El tiempo todo lo vense afirmó con profético acento la comadre, cogiendo una hilera de puntos que se le había soltado al reír. Siguió Amparo calle adelante, y llamó al tablero de Carmela la encajera; pero con gran sorpresa suya, en vez de abrirse este, se entreabrió la puerta interior que comunicaba con el portal, y se asomó Carmela animada, encendida la tez y con un júbilo nunca visto en ella.

Anduvo de prisa, impaciente por hablar en seguida con Leocadia, y al llegar a su casa subió apresuradamente la escalera, sin saludar a la encajera del portal, y tiró de la campanilla, que sonó hacia el fondo del pasillo, sin que se oyeran pasos ni rozar de faldas contra las paredes. Volvió a llamar, nervioso por la impaciencia, y nada, ni el menor ruido: no abrieron.

Mujer, yo no hablé por mal.... Te quise avisar porque siempre te tuve ley, que eres así... una infeliz, un pedazo de pan en tus interioridades.... Déjate de políticas, no seas tonta, y de señoritos.... Fuera de eso, ¿a qué se me importa? Es por tu bien.... Se dispuso Amparo a marcharse, cogiendo debajo del brazo su tarro; pero la afectuosa encajera la quiso abrazar antes.

Ya iba a la plaza de la Cebada en busca de alguna hortaliza temprana, ya a la Cava Baja a entenderse con los ordinarios que traían encargos, o bien a Maravillas, donde vivían la planchadora y la encajera de la casa.

Carmela la encajera y Amparo rehusaron con dignidad su parte; pero la chiquillería despachó su ración atragantándose, en las mismas barbas de doña Dolores, que consumó la venganza dando por terminados los villancicos y poniendo en la escalera a músicos y danzantes. Cigarros puros

No obstante su atareado vivir, la encajera gastaba humor apacible e inalterable y poseía la dulzura de las personas melancólicas, una benevolencia claustral.

Palabra del Dia

vorsado

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