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Actualizado: 8 de junio de 2025
Y prosiguió diciendo: el DOTOR MIRA, Apostare, sino lo manda el Conde, Que tambien en sus puntos se retira. Señor galan, parezca: á qué se asconde? Pues á fé por llevarle, si él no gusta, Que ni le busque, aseche, ni le ronde. Es esta empresa acaso tan injusta, Que se esquiven de hallar en ella quantos Tienen conciencia limitada y justa? Carece el cielo de poetas santos?
No puedo, Que me voy á morir á toda priesa. Y yo también, pues se murió Manolo; A llamar al dotor me voy derecha, Y á meterme en la cama bien mullida, Que me quiero morir con convenencia. ¿Nosotros nos morimos, ó qué hacemos? ¿Amigo, es tragedia ó no es tragedia? Es preciso morir, y sólo deben Perdonarle la vida los poetas Al que tenga la cara más adusta Para decir la última sentencia.
Aquel que has visto alli del cuello erguido, Lozano, rozagante y de buen talle, De honestidad y de valor vestido: Es el DOTOR DON FRANCISCO SANCHEZ: dalle Puede qual debe Apolo la alabanza, Que pueda sobre el cielo levantalle. Y aun mas su famoso ingenio alcanza, Pues en las verdes hojas de sus dias Nos dá de santos frutos esperanza.
Y pensaba en su hermano el médico, que vivía retirado en la casa paterna, allá en la Marina, un hombre excelente pero algo loco, al que llamaban el Dotor las gentes de la costa y el poeta Labarta apodaba el Tritón. Cuando de tarde en tarde aparecía el Tritón en Valencia, la hacendosa doña Cristina modificaba el régimen alimenticio de la familia. Este hombre sólo comía pescado.
PEDRO JUAN DE REJAULE le seguia En otro coche insigne Valenciano, Y grande defensor de la poesia. Sentado viene á su derecha mano JUAN DE SOLIS, mancebo generoso, De raro ingenio en verdes años cano. Y JUAN DE CARVAJAL, Dotor famoso, Les hace tercio, y no por ser pesado Dexan de hacer su curso presuroso.
Al venir el verano, regresaban al pueblo para recoger la cosecha y plantar la del año próximo. En las minas se trabajaba mucho, la vida era dura, morían algunos; pero se podía volver á casa con buenos ahorros. Yo, señor dotor, gano siete reales: mi padre once ú doce. Damos un real por la cama y nos comemos cinco cada uno, porque aquí todo va por las nubes.
Todos los que estaban sanos le tenían por loco, pero apenas sentían cierto quebranto en su salud, respiraban la misma fe que las pobres mujeres que permanecían largas horas en casa del Dotor, viendo á lo lejos su barca, esperando que volviese del mar para enseñarle los niños enfermos que llevaban en brazos.
La culpa de todo la tenía Fernando VII, sí señor; un tirano que al cerrar las universidades y abrir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla había hecho odioso este arte, poniendo en ridículo al toreo. ¡Mardito sea el tirano, dotor!
Otra herencia que caía sobre Ferragut... Su tío se había lanzado á nadar en una mañana asoleada de invierno, y no había vuelto. Los viejos de la costa explicaban á su modo el accidente: un desmayo, un choque con las rocas. El Dotor era aún vigoroso, pero los años no pasan sin dejar huella.
En una de estas cuevas, sobre un zócalo de peñascos, vió Ulises un montón de fardos. Vámonos dijo el Dotor . Cada hombre se gana la vida como puede.
Palabra del Dia
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