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Actualizado: 28 de julio de 2025


Si el extranjero tiene intencion de permanecer bastante tiempo en Manchester ó cualquiera otra ciudad de Inglaterra, necesita absolutamente, si no quiere aburrirse, hacerse presentar á algun club, único medio de conocer la sociedad y de distraerse en algun modo. Una vez presentado lo pasará bien.

Quiso distraerse leyendo periódicos; pero su imaginación tomó rumbo hacia Cristeta y comenzó a fingírsela presente deleitándose en ella igual que si la tuviese ante los ojos.

El dinero le había dado como una tercera juventud. Juventud sin excusa, cuyas locuras frías y sin alegría no podían interesar a nadie. Vivía fuera de su casa y la solicitud discreta de su esposa no llegaba hasta inquirir sus acciones. Trataba de distraerse, según decía, de los disgustos domésticos. El oro de su hija resbalaba entre sus dedos y Dios sabe a qué manos iba a parar.

Sobre los dueños de la casa y sobre sus tertulios, Pinedo y Clementina comenzaron una conversación animada, inagotable. Pilar escuchó con atención al principio; pero como no conocía a la mayor parte de aquellos personajes concluyó por distraerse paseando su vista por las inmediaciones, fijándola en los pocos transeuntes que a aquella hora acertaban a pasar por allí.

La brisa del mar le refrescó un poco. Se sintió, no obstante, tan agitada que no quiso volver a casa: necesitaba charlar, distraerse. Iría a casa de D.ª Eloisa y cenaría allí como otras veces. Justamente iban a ponerse a la mesa los esposos cuando llegó ella. Les acompañaba el P. Norberto, lo cual significaba que había callos. ¡Qué sofocada vienes, hija! exclamó doña Eloisa.

¿Aún no ha vuelto el señor de Maltrana? Y al saber que Feli estaba sola, negábase a pasar adelante. Era tarde y debía levantarse con el alba. Que trabaje usted mucho, señora, y duerma bien. ¡Ah! Y si tiene usted un rato libre y quiere distraerse, lea aquella oración tan bonita que le entregué. Se ganan ochenta días de indulgencia.

Para distraerse de tan hondas preocupaciones y quizás también con la esperanza de encontrar a Simón Princetot en Rosalinda, resolvió Francisco hacer una nueva visita a la señora Liénard. La perspectiva de pasar una hora o dos en compañía de la encantadora viuda le alegraba suavemente el corazón.

Dormía bien, comía bien, no le dolía nada; pero aquella vida se escapaba en efluvios invisibles y constantes, en lenta y pavorosa consunción. Su esposa hizo venir un médico, luego otro y otro. Todos dijeron lo mismo. Era necesario salir, distraerse, cultivar el trato de la gente. Precisamente las únicas medicinas que el conde estaba resuelto a no tomar.

Cuando resolvió su viaje a la corte, no imaginó tener que consagrarse a esta obra: otros eran sus propósitos y él solo los sabía; mas ya que la Providencia le mostraba la mala yerba en su camino, debía arrancarla, aunque fuera al paso y sin distraerse de su objeto principal. ¡Deber juntamente grato y penoso el salvar a sus padres y hermanos de la condenación eterna!

El empleado, un joven inglés, se despojó de su corona de níquel con dos auriculares que cubrían sus orejas. Aburrido en su aislamiento, pretendía distraerse dialogando con los telegrafistas de los otros buques que se hallaban dentro del radio de sus aparatos.

Palabra del Dia

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